martes, 28 de diciembre de 2010

Dyango - Odiame

Manolo Otero - Te he Querido Tanto

Manolo Otero - Que he de Hacer Para Olvidarte

La misión del escritor

Discurso catalogado como el más brillante pronunciado por Albert Camus cuando se le entregó el Premio Nóbel de Literatura en Estocolmo, en 1958

Al recibir la distinción con que vuestra libre academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.


Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre casi joven todavía rico sólo de dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de ánimo podría recibir ese honor al tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natral conoce incesantes desdichas?

Sinceramente he sentido esa inquietud y ese malestar. Para recobrar mi inquietud y este malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como me era imposible igualarme a él con el sólo apoyo de mis méritos, no ha llegado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme que, aunque sólo sea en prueba de reconocimiemto y amistad, os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de nadie y que me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo a los demás; equidistantes entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y sin han de tomar un partido en este mundo, este sólo puede ser el de una sociedad en la que según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo, el papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si lo consintiera. Pero el silencio de un prisionero desconocido, basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre de poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificara a condición de que acepte, en la medida de lo posible, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira y a la servidumbre que, donde reinan, hacen proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.

Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, esencialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres -nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, y que para poder completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y las prisiones -se ven obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta que llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación, han reivindicado el derecho y el deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad. Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrías hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio por ella.

Es esta generación la que debe ser saludada y alentada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra segura aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y la belleza; consagrado, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de esos, podrá esperar que el presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse predicador de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad y esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis deudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de felicidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

La historia de Wikileaks: La verdad siempre gana

Traducción del último artículo de Julian Assange, escrito en el periódico australiano The Australian el mismo día de su detencion

En 1958 un joven Rupert Murdoch, que más tarde sería dueño y editor del periódico The News, escribió: “En la carrera entre el secreto y la verdad, parece inevitable que la verdad siempre gane”.

su observación quizás reflejaba lo que su padre, Keith Murdoch, sacó a la luz un tiempo antes: las tropas australianas estaban siendo sacrificadas de forma innecesaria por los incompetentes comandantes británicos en las costas de Gallipoli. Los británicos intentaron silenciar la polémica pero no consiguieron acallar a Murdoch, cuyos esfuerzos llevaron a fin la desastrosa campaña de Gallipoli.

Casi un siglo más tarde, Wikileaks está también revelando sin temor hechos que deben hacerse públicos.

Crecí en una ciudad rural en Queensland, donde la gente decía lo que pensaba sin rodeos. Allí se desconfiaba de los grandes gobiernos porque se creía que podían corromperse con facilidad si no se les observaba meticulosamente. Los oscuros días de corrupción en el gobierno de Queensland, que terminaron con la investigación de Fitzgerald, son un testimonio de lo que pasa cuando los políticos amordazan a los medios de comunicación que intentan contar la verdad.


Los Estados Unidos han pedido a sus diplomáticos que roben material personal e información de los oficiales de Naciones Unidas y de grupos pro-derechos humanos, incluyendo el ADN, huellas digitales, escaneo de iris…” Ese tipo de cosas me han marcado. Wikileaks fue creada en base a esos valores fundamentales. La idea, concebida en Australia, era usar las tecnologías que ofrece internet para buscar nuevas maneras de contar la verdad.

Wikileaks ha acuñado una nueva forma de hacer periodismo: el periodismo científico. Trabajamos con otros medios de comunicación para sacar a la luz nuevas noticias, pero también para demostrar que esas noticias son reales. El periodismo científico te permite leer una noticia y a continuación hacer un clic para leer el documento original en el que esa noticia se fundamenta. De esa forma puedes juzgar por ti mismo: ¿Es esa noticia verdad? ¿Ha informado con precisión el periodista?

Las sociedades democráticas necesitan unos medios de comunicación fuertes y Wikileaks forma parte de esos medios. Ayudan a mantener un gobierno honesto. Wikileaks ha revelado algunas verdades muy duras sobre las guerras de Irak y Afganistán y sorprendentes historias acerca de la corrupción en el mundo empresarial.

Hay gente que ha dicho que estoy en contra de las guerras. Para que conste, no lo estoy. A veces las naciones deben entrar en guerra, y hay guerras que están justificadas. Pero no hay nada más incorrecto que un Gobierno mintiendo a su gente sobre esas guerras y después pidiendo a los ciudadanos que pongan sus vidas y sus impuestos en riesgo por esas mentiras. Si una guerra está justificada, contad la verdad y la gente decidirá si la apoya o no.

Si has leído alguno de los registros sobre las guerras de Afganistán o Irak, alguno de los cables filtrados de las embajadas estadounidenses o cualquiera de las historias que Wikileaks ha publicado, te habrás dado cuenta de lo importante que es para todos que los medios de comunicación puedan contar esas cosas libremente.

Wikileaks no es el único medio que ha publicado los cables de las embajadas estadounidenses. Otros medios, como el británico The Guardian, The New York Times, El País en España y Der Spiegel en Alemania han publicado los mismos documentos.

Sin embargo es Wikileaks, como coordinador de todos ellos quien ha copado los ataques más crueles y las acusaciones del Gobierno de los Estados Unidos y sus acólitos. He sido acusado de traición a la patria a pesar de que soy australiano y no estadounidense. Ha habido decenas de peticiones en los Estados Unidos para que las fuerzas especiales del país me quiten de en medio. Sarah Palin dice que debería ser “cazado como Osama Bin Laden”, un proyecto de ley de los republicanos en el Senado trata de que se me declare una amenaza internacional y que por tanto se me trate como tal. Un asesor de la oficina del Primer Ministro canadiense ha dicho en la televisión nacional que debería ser asesinado. Un bloguero estadounidense ha pedido que mi hijo de 20 años que está aquí, en Australia, sea secuestrado y torturado por una única razón: llegar a mí.

Y los australianos deberían observar sin ningún tipo de orgullo la vergonzosa demagogia de la Primera Ministra Gillard o de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, que no han tenido ni una sola crítica para los otros medios de comunicación. Eso es porque The Guardian, The New York Times y Der Spiegel son conocidos y están asentados, mientras que Wikileaks es un medio joven y pequeño.

Estamos en desventaja. El Gobierno de Gillard trata de matar al mensajero porque no quiere que la verdad sea revelada, ya que ésta incluye información sobre sus propias relaciones diplomaticas y politicas.

¿Ha habido alguna respuesta por parte del Gobierno australiano a las numerosas amenazas publicas de violencia contra mi y el resto de personas que forman Wikileaks? Uno podria llegar a pensar que el primer ministro australiano defendería a sus ciudadanos contra este tipo de cosas, pero sólo se nos ha acusado infundadamente de criminales. Se supone que el Primer Ministro y, especialmente, el Fiscal General, deben llevar a cabo sus obligaciones moral y dignamente, sin verse envueltos en la refriega. Pero tened por seguro que estos dos están actuando con el único fin de salvarse a sí mismos. No lo conseguirán.

Cada vez que Wikileaks publica la verdad acerca de abusos cometidos por agencias estadounidenses, los políticos australianos cantan a coro con el Departamento de Estado de EEUU falsedades como “¡Estáis arriesgando vidas! ¡Seguridad Nacional! ¡Las tropas estarán en peligro!”. Dicen que no hay nada relevante en lo que Wikileaks publica. No pueden ser ambas cosas, ¿en qué quedamos?.

En ninguna de ellas. Wikileaks ha estado publicando durante cuatro años. Durante todo ese tiempo hemos cambiado gobiernos en su totalidad, no sólo una única persona, y esto, como todo el mundo sabe, ha hecho daño. Pero los Estados Unidos, con la connivencia del Gobierno Australiano, ha asesinado a miles de personas en los últimos meses.

El Secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, ha admitido en una carta enviada al Congreso de los Estados Unidos que ninguna fuente o método del servicio de inteligencia se han visto comprometidos por los documentos divulgados de la guerra de Afganistán. El Pentágono ha afirmado que no existen pruebas de que la información de Wikileaks haya causado daños en Afganistán.

Fuentes de la OTAN en Kabul han asegurado a la CNN que no existe una única persona que necesite protección. El Departamento de Defensa de Australia ha dicho lo mismo. No hay tropas australianas ni fuentes afectadas por nada de lo que hemos publicado.

Pero nuestras publicaciones no son ni mucho menos insignificantes. Los cables de la diplomacia de Estados Unidos revelan algunos datos sorprendentes:

Los Estados Unidos han pedido a sus diplomáticos que roben material personal e información de los oficiales de Naciones Unidas y de grupos pro-derechos humanos, incluyendo el ADN, huellas digitales, escaneo de iris, números de tarjetas de crédito, contraseñas de Internet y fotografías carnet, todo ello violando los tratados internacionales. Presumiblemente, los diplomáticos de Naciones Unidas australianos también han sido objetivo de ello.

El Rey Abdullah de Arabia Saudí ha asegurado a oficiales estadounidenses en Jordania y el Reino de Bahréin que quiere que el programa Nuclear de Irán se detenga de cualquier modo.

Las investigaciones del Reino Unido en Iraq fueron manipuladas para proteger los intereses de EEUU.

Suecia es un miembro encubierto de la OTAN y el intercambio de datos sobre inteligencia con los Estados Unidos se produce desde el Parlamento.

Los Estados Unidos están trabajando duro para colocar a los presidiarios de Guantánamo en otros países. Barack Obama está de acuerdo en reunirse con el Presidente de Eslovenia sólo si acoge a un prisionero. A nuestro vecino en el Pacífico, Kiribati, le han ofrecido millones de dólares por aceptar prisioneros.

En el histórico fallo de la Corte Suprema estadounidense sobre los Papeles del Pentágono podemos leer lo siguiente: “sólo una prensa libre y sin restricciones puede exponer el engaño del Gobierno”. La tormenta que gira alrededor de Wikileaks deja en evidencia la necesidad de defender el derecho de todos los medios de comunicación a revelar la verdad.

Julian Assange, editor jefe de Wikileaks