martes, 3 de mayo de 2011

El Robo de un ex-presidente sobre el patrimonio histórico cultural

El increi­ble tes­ti­mo­nio del padre Juan Car­los Polen­tini Wes­ter, sobre el robo del patri­mo­nio nacio­nal a cargo del enton­ces ex pre­si­dente Alberto Fuji­mori Fujimori


Padre Juan Car­los Polen­tini Wester
Agra­dezco su tes­ti­mo­nio diná­mico, ale­gre, sen­ci­llo, hoy 1 de marzo del 2011:
Tomé la parro­quia de Lares en 1970, estaba como obispo de Cusco Mon­se­ñor Ricardo Durand. Tiene más de 200 comu­ni­da­des y que­ría visi­tar­las al menos una vez al año. Comencé a reco­rrerla enterita.
A los 9 años estu­dié con los sale­sia­nos del Rosa­rio para estu­diar car­pin­te­ría. A los 6 mes con 10 años me invi­ta­ron a hacerme sale­siano y les dije que sí; hice pri­ma­ria, luego secun­da­ria, la Nor­mal de maes­tros, el novi­ciado y salía­mos con el título de pro­fe­so­res. Luego el trie­nio del teologado.
Y en 1971 me ordené de sacer­dote en Cór­doba y a los dos meses estaba ya en Perú como misio­nero y ahí me quedé 50 años. …Como buen burro que fui tuve gran aguante para ir por todas las comu­ni­da­des y lle­var el Evan­ge­lio como misio­nero con­ti­nuando la labor misio­nera de las dis­tin­tas órdenes.…Ahora estoy cele­brando mi jubi­leo sacer­do­tal. Y aquí estoy muy tran­quilo, he per­dido una pata pero estoy aquí en mi silla de rue­das ‘ampa­rado’ por las Her­ma­nas de los Ancia­nos Desam­pa­ra­dos. Ahora, a mis 84 años, y feliz­mente me puedo mover, toda­vía soplo Lle­vando mi sacer­do­cio sereno…nunca fui una lum­brera, siem­pre fui el peor de los vagos, pero aquí estoy haciendo lo poco que podía hacer. Para todos una ben­di­ción, que el Señor les man­tenga en la fe en estos tiem­pos de tanta con­tra­dic­ción y tanto escán­dalo, que les man­tenga uni­dos y fir­mes en la fe.
Tes­ti­mo­nio* del padre Juan Car­los Polen­tini, Ex Párroco de Lares-Cusco, El Paí-Titi Padre Oto­rongo, Edi­to­rial Sale­siana, Lima, 1999.
He medi­tado mucho, he pen­sado pro­fun­da­mente, he dudado cobar­de­mente si con­ve­nía hacer público lo que ahora con toda extra­ñeza uste­des van a leer. Lo haré con la menor can­ti­dad posi­ble de pala­bras. He juz­gado que la ver­dad debe estar por encima de mis medi­ta­cio­nes, pen­sa­res y dudas, aun­que me traiga pro­ble­mas por lo abo­mi­na­ble que ella pueda ser. Al final, tan­tos pro­ble­mas he tenido en estos años pasa­dos por causa del Pai­titi, que uno más le seguirá tam­bién dando más sabor a la vida. El Pai­titi ha sido un peso al cual muchas veces he que­rido des­car­gar y dejar en aban­dono, y muchas veces lo hice, pero era una ver­dad tan mano­seada y vili­pen­diada, bur­lada e igno­rada que me exi­gía hacer algo para sacarla a la luz por el bien del Perú, y des­agra­viarla con la segu­ri­dad que me daban tan­tas con­fi­den­cias sin­ce­ras oídas, y cosas vis­tas. Lamen­ta­ble­mente nunca encon­tré apoyo ni com­pren­sión en los orga­nis­mos y per­so­nas per­ti­nen­tes al tema. Más bien encon­tré bur­las, crí­ti­cas, insul­tos, calum­nias, jui­cios, codi­cia, intere­ses per­so­na­les, enga­ños, deseos de riqueza fácil, y otra peor. Agra­dezco a los pocos que sí me han acep­tado y colaborado.
Mi cri­te­rio per­so­nal era que algo tan serio, rico y con tanta his­to­ria des­co­no­cida debía salir a la luz desde la Pre­si­den­cia del Perú. Traté de hacer ges­tio­nes en varios gobier­nos, pero siem­pre el “no” y el papel de ridículo. Al Pre­si­dente Fuji­mori, al menos en cua­tro oca­sio­nes, le hice lle­gar docu­men­ta­ción que sí reci­bió, una de ellas en pro­pias manos en Calca en el Valle Sagrado de los Incas. Me dijo: “Padre, vamos a hacer la expe­di­ción”. Allí ter­minó todo. Tres años des­pués me enteré del por­qué. El, con toda pru­den­cia con­sultó quién era ese cura que tanto lo impor­tu­naba con el Pai­titi, y la res­puesta que reci­bió fue ésta: “Polen­tini y sus com­pin­ches son una colec­ción de hua­que­ros”. Sin comen­ta­rios. Pecado mor­tal por calum­nia agra­vada. Este informe per­verso fue la causa de todo el desas­tre que vino después.
El año 1996 dejé el Cusco, y en Lima las “Her­ma­ni­tas de los Ancia­nos Desam­pa­ra­dos”, y bien desam­pa­rado que yo estaba, me die­ron amparo y asilo en su Hogar de Ancia­nos de la Ave­nida Bra­sil, donde con­ti­núo mi vejez.
El año 1998 se me pre­sentó en este asilo un alto fun­cio­na­rio de Dis­co­very Chan­nel pro­po­nién­dome hacer el des­cu­bri­miento del Pai­titi con todos los deta­lles como ellos lo saben hacer. Por supuesto que acepté, me dejó de regalo un tele­vi­sor, y fue a rea­li­zar los trá­mi­tes. ¡Qué le habrán dicho en el INRENA, el INC, y demás, con­tra el cura Polen­tini que nunca más vol­vió!
Gra­cias al apoyo y ani­ma­ción de la señora María del Car­men Rodrí­guez del Solar, para el mes de junio del año 1999 pude publi­car el libro Pai­titi (Padre Oto­rongo). Sólo 180 ejem­pla­res pues nadie aceptó cola­bo­rar. Pensé que al menos con eso no se per­de­ría la inves­ti­ga­ción rea­li­zada. Y no se per­dió. Allí daba las coor­de­na­das de la ciu­dad, por supuesto con un pequeño error. Ya vere­mos qué pasó. Alguno de esos pocos libros caye­ron en manos segu­ra­mente del famoso SIN y su jefe (Vla­di­miro Mostesinos).
Lo que sigue a con­ti­nua­ción no es con ani­ma­ción polí­tica, ni deseos de acu­sa­ción ni con­de­na­ción. Es algo que ha suce­dido en mi vida, y que pienso debo hacerlo público por el bien del Perú, para evi­tar en el futuro fal­sas apre­cia­cio­nes, para ayu­dar en el dis­cer­ni­miento de la ver­dad his­tó­rica, y por mi pro­pia repu­tación des­pués de mi muerte.
Por el mes de julio o agosto del año 2000 leí en un perió­dico de Lima que la enton­ces seño­rita Pri­mera Dama del Perú (Keiko Sofía Fuji­mori) había creado en la zona de la ciu­dad de Ica, y ya en la sie­rra, en un lugar con acceso sólo para heli­cóp­te­ros, una finca para cul­ti­vos sólo de expor­ta­ción; y más aden­tro estaba ins­ta­lando otras. Me llamó la aten­ción la noti­cia que me pare­ció ridí­cula, y no le di importancia.
Por esas mis­mas fechas se per­dió un heli­cóp­tero del Ejér­cito que se dijo había caído patru­llando la fron­tera con Ecua­dor, pero que fue des­men­tido por la guar­ni­ción mili­tar del norte, ya que esa fron­tera no nece­si­taba ese patru­llaje, y ellos no tenían heli­cóp­tero. Rápi­da­mente los medios no habla­ron más del tema.

por el año 2002 un piloto de heli­cóp­te­ros, me decía que en los círcu­los de pilo­tos se comen­taba que en el año 2000 Fuji­mori con cinco heli­cóp­te­ros se había robado el oro del Pai­titi, lle­ván­dolo al Japón…”

Hacia media­dos del año 2001 me lle­ga­ron comen­ta­rios del Valle de Lacco, de la comu­ni­dad de San Anto­nio, que durante muchos meses el año 2000 habían estado pasando a gran altura todos los días heli­cóp­te­ros de ida y vuelta, dos o tres por día. Que al prin­ci­pio les lla­maba la aten­ción, pero que des­pués se fue­ron acos­tum­brando. Ese Valle de Lacco era parte de mi Parro­quia de Lares, y muchas veces había estado allí en San Anto­nio en cum­pli­miento de mi labor pas­to­ral como párroco.
No recuerdo bien la fecha, pero por el año 2002 un piloto de heli­cóp­te­ros, no puedo dar más datos, hablando con él, me decía que en los círcu­los de pilo­tos se comen­taba que en el año 2000 Fuji­mori con cinco heli­cóp­te­ros se había robado el oro del Pai­titi, lle­ván­dolo al Japón. Y que uno de los heli­cóp­te­ros se le había caído. En otra oca­sión alguien me comentó que ese ope­ra­tivo duró nueve meses. Y en alguna otra oca­sión que ese oro había salido por Ica.
El año 2003, el mes de agosto dos turis­tas rusos que sabían de mi libro, qui­sie­ron cono­cer el Mantto. Hacía ocho años que yo no iba, y los llevé. Al lle­gar arriba casi me des­mayo, un poco por el can­san­cio, 76 años tenía, y por ser una subida bas­tante parada, pero sobre todo por lo que vi.
Fruto del libro. Me dije enton­ces: es cierto lo que me dijo el piloto, que “Fuji­mori con cinco heli­cóp­te­ros se robó el oro del Paititi”…y tam­bién aquí en el Mantto, “por lo que veo”. Aquí está la prueba. Es cierto.
Había sido téc­ni­ca­mente bien hua­queado, saqueado. Y con explo­sivo. Una roca de unos dos metros y medio de alto por uno y medio de diá­me­tro ya no exis­tía. Había sido dina­mi­tada. Donde ella había estado, apa­re­cía como el bro­cal de un pozo de un metro apro­xi­mado de diá­me­tro lleno de pie­dras dina­mi­ta­das. No sé la pro­fun­di­dad, pero supongo que allí haya salido su buena tone­lada, o más. Había una espe­cie de vereda como de un metro de ancho y unos ocho metros de largo de roca labrada. Todo dina­mi­tado. ¿Qué esta­ría ocul­tando?: otras cue­vas o gru­tas en la parte pos­te­rior de ese mural.
Por lo que pude ver, de allí han salido varios metros cúbi­cos de oro. Recordemos que un metro cúbico de oro macizo pesa 24 toneladas.


Ter­mi­nado ese pillaje, toda la roca dina­mi­tada había sido amon­to­nada a lo largo de la base de esa roque­ría donde había estado la vereda, y en la que yo apa­rezco en una foto ante­rior. Y tapada con tie­rra, sobre la cual cham­pas de gra­mí­nea del lugar para que al cre­cer todo que­dara oculto. Pero la tie­rra se fue escu­rriendo, el pasto se secó, y apa­re­cie­ron las pie­dras. El pozo lleno de pie­dras tam­bién fue tapado con tie­rra, que se fue escu­rriendo. Allí habían sem­brado sorgo, que­da­ban unas diez plan­tas que apa­re­cían entre pie­dras. Yo estuve allí tres años des­pués del robo.
Lo peor fue que borra­ron el pre­cioso mural his­tó­rico dejado por los Incas cuando su salida al Pai­titi. Que­dan una o dos figu­ri­tas. Ese mural era un men­saje de des­pe­dida, el último, de los Incas. Había esce­nas de gue­rra, bai­les, una cadena, los cua­tro cua­dra­dos del Tahuan­tin­suyo, catorce Incas, un círculo de tri­ple raya…y lo borra­ron todo para no dejar hue­llas del robo. Cual­quiera que vaya ahora al Mantto, sin haberlo cono­cido como era antes, dirá que allí nunca hubo algo. Lo que la natu­ra­leza no pudo borrar ni des­truir, ellos lo hicieron.
Los Incas cuando ocul­ta­ban estas cosas solían dibu­jar, como en un inven­ta­rio, lo que allí habían colo­cado. ¿Y si hubie­ran estado allí las esta­tuas de oro macizo de los catorce Incas, de tamaño natu­ral, que nunca se encon­tra­ron? ¿y la cadena de Huás­car? ¿y el disco del dios sol?…
¿Cuán­tas tone­la­das, aparte del valor his­tó­ri­cos cul­tu­ral infi­ni­tos per­di­dos?
Y allí, en la pac­cha del cerro de enfrente queda llo­rando a gri­tos la Mamá, tallada en la roca, con sus hijos, impo­tente y dolo­rida por el fra­caso de su misión de cus­to­diar el legado de los Incas. A ella no la pudie­ron des­truir. Queda como mudo testigo.
En Cho­que­can­cha, hace ya 40 años, recogí la tra­di­ción de los ancia­nos de enton­ces que las esta­tuas de los Incas habían estado un tiempo en las hor­na­si­nas del muro junto a la plaza, mien­tras el Inca estuvo allí tres meses des­pa­chando los gru­pos que via­ja­ban al Pai­titi, y escon­dían enton­ces tanto peso que no habrían podido car­gar. Todo esto suce­dió, según comen­ta­rios escu­cha­dos de los anti­guos, mien­tras los espa­ño­les se ausen­ta­ron del Cusco para cap­tu­rar a Manco Inca en Vil­ca­bamba. Que este Manco Inca, en acuerdo secreto con Huai­naa­poc (Rey joven), hijo del otro Manco Inca, “segundo de este nom­bre”, y mayor, que había ampliado el Impe­rio Inca, hacía unos veinte años, hasta el Gran Pai­titi donde gober­naba, en la Sie­rra de Pare­cis, Ron­do­nia de Bra­sil, según las cró­ni­cas. Este Huai­naa­poc pudo haber sido el Inca que estuvo tres meses en Cho­que­can­cha orga­ni­zando las expe­di­cio­nes. Era hijo de este Manco Inca gober­nante del Gran Pai­titi, y nacido allá. Los que se fue­ron al Gran Pai­titi lo hicie­ron por el Collao, Tiahua­naco, Cocha­bamba, Pampa de Mojos, y siguiendo por el Gran Río (Río Grande en Boli­via), lle­ga­ron al Gran Pai­titi donde gober­naba Manco Inca (el mayor). En las már­ge­nes de este Río Grande fue­ron que­dando gran can­ti­dad de estos fugi­ti­vos para cui­dar que no pasen los inva­so­res, y que luego reci­bie­ron el nom­bre de Gua­ra­yos, cuyos des­cen­dien­tes con­ti­núan viviendo en esas sel­vas. He cono­cido alguno de ellos, pues he vivido un año en Santa Cruz. Por enton­ces no sabía nada del Pai­titi. Jus­ta­mente la ciu­dad de Santa Cruz tuvo su ori­gen como cam­pa­mento de orga­ni­za­ción para las expe­di­cio­nes que salían hacia la con­quista del Gran Pai­titi. Pero nunca lo consiguieron.
¿Se podrá recu­pe­rar esa riqueza incaica?, ¿ya la habrán fun­dido?. Y los japo­ne­ses bue­nos ¿que­rrán car­gar en el tiempo esta infa­mia?, ¿por qué “hijo pre­di­lecto” del Japón?
Des­pués de estar en cono­ci­miento per­so­nal de todo esto, tomé un buen mapa del Perú. Bus­qué con una regla la recta más corta para lle­gar desde el Pai­titi al mar, y esa línea pasaba por la ciu­dad de Ica. Enton­ces recordé la finca de la pri­mera dama en las altu­ras de Ica, y las otras más de la última a un barco anclado en alta mar, sin tes­ti­gos. El regreso con el com­bus­ti­ble y víve­res para los car­ga­do­res, que no serían perua­nos fuera de los pilo­tos y man­dos, sino de las mafias extran­je­ras. Si hubiera habido algún peruano enga­ñado, seguro que ya no podría hablar.
Ubi­qué en el mapa el lugar con­creto de la comu­ni­dad de San Anto­nio de Lacco, y que­daba exac­ta­mente en el tra­yecto de la línea recta más corta hacia el mar. Por las cer­ca­nías de San Anto­nio pasa­ban los heli­cóp­te­ros.
Res­pecto del heli­cóp­tero caído, el último informe que recibí de fuente muy con­fia­ble, y dado desde la Coman­dan­cia del Ejér­cito, es que había caído en Mame­ria, que sí está en la ruta de esa línea recta y ter­mi­nando el terri­to­rio del Pai­titi. Muy cerca. A poco de haber levan­tado el vuelo. Lo ama­ñado de ese informe es que decía que ese heli­cóp­tero iba desde a no sé qué mina de oro, lle­vando oro hacia Lima. Sí lle­vaba oro, pero no de una mina de oro inexis­tente o fuera de ruta hacia un barco.
La caída de ese heli­cóp­tero es lo que puso fin al ope­ra­tivo de nueve meses, y luego se suce­die­ron los hechos del gran escape y ner­vio­sismo cono­ci­dos por todos. Tengo con­cien­cia de la gra­ve­dad feroz de lo que estoy haciendo público bajo mi total y única res­pon­sa­bi­li­dad y con­se­cuen­cias. Anun­ciando, no denun­ciando, cosa que no me com­pete a mí.
Son las cosas tris­tes y horri­bles suce­di­das como con­se­cuen­cia de la publi­ca­ción de mi inves­ti­ga­ción en el libro PAÍ-TITI, Padre Oto­rongo, en su pri­mera edi­ción de sólo 180 ejem­pla­res. Y que las he cons­ta­tado per­so­nal­mente, com­pro­bado y veri­fi­cado en el Mantto. En esta segunda edi­ción no he que­rido cam­biar, ni aña­dir o qui­tar algo de aque­lla edi­ción.
Soy tes­tigo real real de cómo era el Mantto antes de ese infame ope­ra­tivo, y cómo quedó des­pués. Y que cier­ta­mente eso mismo, o peor, ha suce­dido en el mismo Pai­titi. Ha sido el robo no del siglo ni del mile­nio. Es el robo de la crea­ción de la humanidad.
¿Mil, dos mil, tone­la­das de oro labrado, artístico?
¿O más?
Nadie ha podido robar más que estos dos señores.
¿Cómo será una eter­ni­dad fri­tán­dose en un charco de oro derre­tido? Y con con­di­men­tos de men­ti­ras, engaños…y cómplices.
Ojala que ahora entien­dan de una vez por todas que el mara­vi­lloso Pai­titi existe, y que deben sacarlo a luz. ¿Será posi­ble que los seño­res del INRENA, del INC, del pro­yecto PROM-MANU que ope­ra­ban por aque­llos valles, no se hayan per­ca­tado de lo que suce­día? ¿Cóm­pli­ces? Segu­ra­mente que los geó­lo­gos y mine­ros nipo­nes, y gobierno japo­nés tie­nen estu­dia­dos muy bue­nos pro­yec­tos para la explo­ta­ción de esa fabu­losa mina con la resu­rrec­ción de la dic­ta­dura gober­nando el Perú. Debe hacerlo el mismo Perú para el Perú. No la ven­dan, no la rema­ten, no la regalen.
Esta­dos Uni­dos es un rico que está sen­tado sobre un banco de cien­tos o miles de tone­la­das de pape­li­tos pin­ta­dos de verde; el Perú es un pobre que está sen­tado sobre un banco de miles o millo­nes de tone­la­das de oro. El Pai­titi es una mina que ha enri­que­cido a todo el mundo, menos al Perú.
Esta mina de oro de los Incas se puede tra­ba­jar sin nin­gún tipo de con­ta­mi­na­ción. Lava­ban el mine­ral sólo con las aguas del río Cho­ri­tiari, en la laguna cua­drada Parrime. Muy cerca de los gran­des hor­nos de fun­di­ción y fac­to­ría. Esa laguna Parrime se conec­taba con el cen­tro de la ciu­dad Pai­titi a tra­vés de un túnel esca­lo­nado de más o menos un kiló­me­tro de largo. La laguna ya no existe por causa del alu­vión pro­vo­cado por el derrumbe de la cas­cada. Era arti­fi­cial. En ella se decan­taba el oro que venía de la mina, y tenía para ello ins­ta­la­cio­nes de com­puer­tas y otros. En ella que­daba lo más pesado, y lo demás en los cana­les que se apre­cian en la foto des­pués de la laguna. Todo esto ya no existe por el derrumbe de la cas­cada, suce­dido entre el mes de setiem­bre de 1993 que el avión sacó esta foto y el año 1999 en que yo recibí noti­cias en que algo había suce­dido con la cas­cada del Inca, pero quedó regis­trado en la foto del avión.
Sugiero mejo­rar la ley del Par­que Nacio­nal de Manu, para hacerla más rea­lista, inte­li­gente, nacio­na­lista y más humana con los nati­vos y sus nece­si­da­des. Y que un grupo peruano la tra­baje, des­pa­chando a sus paí­ses a todas esas empre­sas que están enve­ne­nando todo el Perú.
(*) Extracto del Capí­tulo final del libro “El Padre Oto­rongo”, del Padre Juan Car­los Polen­tini, que vive en la actua­li­dad en el Hos­pi­cio de las “Hnas. de los Ancia­nos Desam­pa­ra­dos” en la Av. Bra­sil, de la ciu­dad de Lima, capi­tal del Perú
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Fuente: Cró­nica: El Pai­titi, Reali­dad del Mito

Miriam Hernadez - se me fue

César Hildebrandt: “Vieja indecencia”

César Hildebrandt: “Vieja indecencia”


Sema­na­rio “Hil­de­brandt en sus trece”, 29 de Abril de 2011

MATICES

Tomado de: Mirando punto de vista


El único mérito que puedo con­ce­derme en esta vida moteada de algu­nos éxitos y muchos fra­ca­sos, en esta carrera ingrata que me eli­gió, en este ofi­cio arte­sa­nal de tra­tar de encon­trar la ver­dad que a pocos importa y las men­ti­ras que ya no escan­da­li­zan, el único mérito que me con­cedo, digo, es no haber cedido a la ten­ta­ción del medio: resíg­nate, así es el Perú, tolera lo que todos, créele a los idio­tas de la dere­cha, a los que hacen nego­cios tur­bios y a la vez edi­to­ria­li­zan en rela­ción con “los valo­res de la demo­cra­cia” (cuando la ver­dad es que se zurran en ella y en lo que significa).

Naces en este país her­moso y com­pli­cado y la pri­mera suge­ren­cia que te asalta es la del estoi­cismo: qué­date quieto, tran­quilo her­mano, así es esta vaina, esto no lo arre­gla ni el sillau.

Y se te puede pasar la vida hacién­dote el de la vista gorda, hacién­dote el loco y asis­tiendo con cara de palo a las gran­des mecidas.

- Nada pue­des hacer, esas son las reglas –susu­rra el aire tóxico de Lima-.
- Esto no lo ha cam­biado nadie –rema­cha una som­bra, la som­bra de lo que pudiste ser-.

Me van a per­do­nar pero yo jamás creí en eso. Jamás hice el muer­tito en el mar de los sar­ga­zos de las volun­ta­des, que­bra­das o roí­das. ¿Por qué? Por­que siem­pre creí que en el país de las cabe­zas gachas había que mirar lo más lejos que se pudiera. Por­que viendo a las hor­mi­gas a uno le dan ganas de volar.
Por­que hay belleza en la rebel­día y una flá­cida feal­dad en el conformismo.

Por­que, en fin, siendo un viejo cre­yente del agnos­ti­cismo siem­pre he pen­sado que Jesu­cristo fue un hom­bre revol­toso ase­si­nado por el orden impe­rante. Y que sin la rebel­día de Cáce­res habría­mos dete­nido nues­tra his­to­ria en el mísero Igle­sias. Y que sin la rebel­día de De Gau­lle los fran­ce­ses habrían tenido que arras­trarse junto a Petain, ese gran dere­chista pro nazi.

Mi gene­ra­ción ha fra­ca­sado. Pudi­mos tener a un refun­da­dor del país y cons­trui­mos a Gar­cía. Pudi­mos tener a un incon­forme con­sa­grado por las mul­ti­tu­des, a alguien que estu­viese más impul­sado por el amor que por el odio, pero nos detu­vi­mos en Robes­pie­rre y en sus encar­na­cio­nes crio­llas.

Pudi­mos tener un país y lo que per­mi­ti­mos fue un mall. Ahora la pelota está en el tejado de los jóve­nes. De ellos depen­derá que este país cam­bie de verdad.

Hace como mil años que vivi­mos hablando en voz baja, con­sin­tiendo.

Habla­mos bajito cuando los incas podían desollarte. Y más bajito cuando los espa­ño­les te podían tro­cear. Y toda­vía con mur­mu­llos cuando fui­mos libres de boca para afuera pero súb­di­tos de los suce­si­vos cau­di­llos que creían que el Estado era un bien raíz y una cha­cra para los amigotes.
Así fui­mos haciendo esta gran Ara­ca­taca. Macon­dio hicimos.

Pen­sar era –y es– una ano­ma­lía. Disen­tir, una pro­vo­ca­ción. Rebe­larse, una exten­sión de la locura. En un país domi­nado por la injus­ti­cia hablar de la injus­ti­cia te podía cos­tar El Fron­tón. Y luchar con­tra ella la vida.

Frente a un Túpac Amaru hubo cien Pié­ro­las creando sus pro­pios cali­fa­tos. Por­que el miedo a la liber­tad no es sólo el título de un libro de Fromm. Es la con­signa que la dere­cha le ha impuesto al Perú. Está en su escudo des­ar­mado y en sus genes ven­de­do­res mayo­ris­tas de su pro­pio país.

- Todos roban –te dicen-. Y eso es casi una invi­ta­ción a robar. Por­que si todos roban, ya nadie roba.
- Aquí no hay cas­ti­gos ni recom­pen­sas, todo se olvida –te mue­len repitiéndolo-. Y eso es otra inci­ta­ción a la impunidad.

Lo crio­llo es tam­bién esta salsa espesa de quie­tud egoísta. Las ver­da­de­ras tra­di­cio­nes perua­nas no son las de Ricardo Palma: son decir sí y estar en la foto.

¿Exi­gir cam­bios? Eso es –dicen los que cor­tan el jamón y los idio­tas de sus ser­vi­ces– de cha­vis­tas, rojos, per­fec­cio­nis­tas, amar­ga­dos y rene­go­nes. En el Perú la ira de los pobres se com­bate con misas o bala­zos y hay un estoico aga­za­pado en cada futuro, detrás de la maleza de los días. Y cuando este­mos lo sufi­cien­te­mente ablan­da­dos, ven­drá el tiro de gra­cia. Y cuando venga el tiro de gra­cia, cuando ya no pien­ses sino en ti mismo y bai­les solo en la loseta ínfima que te asig­na­ron, ese será el día final de tu hechura: serás uno de ellos.

Habla­rás como ellos, mal­de­ci­rás como ellos, ven­de­rás como ellos. Y, sobre todo, harás lo que ellos: negar al otro y sólo reco­no­certe entre los tuyos.

Que los jóve­nes apren­dan la lec­ción. Nada cam­biará si no mata­mos la resignación.

Por­que la demo­cra­cia no con­siste en votar de vez en cuando. Con­siste en ejer­cer la liber­tad a cada rato.

Los escla­vos no aman la liber­tad –esa es una men­tira altruista-. Sólo los libres pue­den amar la liber­tad y defenderla.
La man­se­dum­bre no es madu­rez sino derrota. El aguante es la amnis­tía cró­nica. La doci­li­dad es lo que se le exi­gía a los negros cara­ba­líes embar­ca­dos a la fuerza en el puerto de Macao.

La liber­tad no mata. La pacien­cia es una men­tira teo­lo­gal que con­tra­dice a Cristo y que Cipriani aplica en cada hos­tia. Cristo fue impa­ciente. La vida es una ráfaga impaciente.

Los perua­nos no naci­mos un día en el que Dios estuvo enfermo, como decía Vallejo de sí mismo. Nace­re­mos el día en que sepa­mos apre­ciar el vér­tigo crea­dor de la pala­bra desacato. El desacato no es el caos. Caos es lo que ven­drá cuando las pre­sio­nes socia­les, con­te­ni­das por el plomo y la men­tira, revien­ten otra vez.

Y ahora sería un mag­ní­fico desacato, un des­co­mu­nal acto de rebe­lión demo­crá­tica o dejarse enga­tu­sar por quie­nes quie­ren, en el colmo de la indig­ni­dad, que pre­mie­mos a la hija de un ladrón y ase­sino –ladrona ella misma al gozar del dinero robado– con la pre­si­den­cia de la República.

Y todo por cerrarle el camino a un señor que quiere cam­biar algu­nas cosas. Sólo algu­nas cosas. Un señor al que la expe­rien­cia ha mode­rado y que se ha com­pro­me­tido a no hacer expe­ri­men­tos anacró­ni­cos. Pero que sí quiere que las mine­ras paguen lo que deben, que los impues­tos sean más direc­tos, que los vie­jos estén menos desam­pa­ra­dos, que haya menos ham­bre y que la pobreza rural se ate­núe todo lo que se pueda sin des­ba­ra­tar la eco­no­mía. Y que quiere tam­bién que el gas peruano abas­tezca pri­mero a los perua­nos y que los gran­des pro­yec­tos de explo­ra­ción y explo­ta­ción de la mine­ría y del petró­leo se con­ci­lien con los intere­ses nati­vos y las nor­mas ambien­ta­les que no se están cumpliendo.

La dere­cha quiere vol­ver a demos­trar­nos que siem­pre gana. Pre­sentó cua­tro can­di­da­tos –cua­tro varia­cio­nes de la misma melo­día: Cas­ta­ñeda, Toledo, PPK y K. Fuji­mori– y los cua­tro per­die­ron. Ganó un hom­bre gris que pro­puso algu­nos cam­bios. Y lo peor: sale la pri­mera encuesta pos pri­mera vuelta y el hom­bre sin dema­sia­dos atri­bu­tos ¡sigue ganando! Y sigue ganando por­que Lima, este espanto, no es el Perú. Por­que el gobierno de Las Casua­ri­nas está en cri­sis. Por­que el modelo Gar­cía, una com­bi­na­ción de Caco con Fried­man, drena sanguaza.

Enton­ces, la dere­cha pro­pone liqui­dar, de una vez y para siem­pre, esta pesa­di­lla que aturde al dólar, baja las accio­nes, hace cho­rrear el rímel. Para eso están su tele, su radio, sus perió­di­cos. Y se deci­den por lo pre­vi­si­ble: la cam­paña del terror.

Sólo el terror podrá sal­var­los. Por­que saben que su pron­tua­riada can­di­data es impre­sen­ta­ble aun para 75 por ciento de perua­nos. Lo único que cabe, enton­ces, es bom­bar­dear al incó­modo refor­mista con todos los B-52 de la calum­nia, el rumor, la mugre, la idio­tez que los cán­di­dos pue­den pro­pa­gar. El pro­pó­sito es el homi­ci­dio polí­tico del hom­bre que pro­pone algu­nos cam­bios. Y los muer­tos no pue­den ganar elecciones.

Hablan de intro­mi­sión extran­jera los que qui­sie­ran ane­xarse a los Esta­dos Uni­dos o al Chile potente que sus tata­ra­bue­los deja­ron entrar con su cobar­día y su desunión. Denun­cian que la liber­tad de prensa peli­gra quie­nes des­pi­den a perio­dis­tas que se nie­gan a sumarse al lodo de la cam­paña con­tra Humala. Y advier­ten que el empleo está ame­na­zado quie­nes han creado la mayor can­ti­dad ima­gi­na­ble de empleos-basura y ser­vi­ces explotadoras.

Y a todo esto le lla­man “elec­cio­nes demo­crá­ti­cas”. A ensu­ciar la inmun­di­cia le lla­man “debate”. Y no tie­nen pro­blema alguno ban­cado a una can­di­data inde­cente. Ellos repre­sen­tan la vieja inde­cen­cia de las enco­mien­das, las ladro­nas leyes de con­so­li­da­ción, el fes­tín del guano. La señora K. Fuji­mori les cae como ani­llo al dedo.

Miriam Hernandez - un Hombre secreto

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