lunes, 30 de agosto de 2010

PERIODISTA Y ESCRITOR


















César Hildebrandt: “Su majestad la estupidez”
Posted by Muladar News on Ago 29th, 2010 and filed under Blog Muladar News.
Semanario “Hildebrandt en sus trece“, 23-07-2010

Yo sabía que el mundo era estúpido. Lo presentí desde niño, cuando escuchaba a los adultos decir zonceras y al profesor de educación cívica gritar que la patria se hacía creyendo en ella y a Radio Reloj farfullar noticias sin pena ni gloria.


Por eso huí hacia los libros, que me hacían pensar que el mundo no era tan estúpido y que, más bien, podía ser estimulante, viajero y maravilloso.


Pero más que las historias a mí siempre me fascinó el hallazgo verbal, el milagro de una frase bien dicha, la música de las aliteraciones, el rigor del concepto, el poder hipnótico de la belleza, la fascinación sombría del horror, la fiesta de la fantasía, el realismo de lo inventado. Amaba las palabras y en ellas me demoraba del mismo modo que un entomólogo se detiene ante una mariposa monarca que se ha posado cerca.


Amaba las palabras y a ellas les pedí auxilio y refugio para huir de la estupidez. Pero en esa época -tengo que reconocerlo- la estupidez no tenía el aire recio y unánime que tiene hoy. De modo que uno podía huir de ella no sólo apelando a las palabras de los libros sino, de vez en cuando, yendo al cine a ver una Lola Odiaga y su clavecín, o al bosque de los olivos de Jesús María a tirarse boca arriba en el césped y hacer historias con las nubes que pasaban.


La estupidez estaba allí, claro, siempre al acecho, con sus tentaciones, sus bailes de mandril, sus sudaderas y sus diminutivos. Y no importaba que fuera de izquierda o de derecha: la estupidez y los estúpidos que la ejercen no tienen bandera.


Entonces llegó la masiva televisión y la estupidez tuvo madrina y hasta puta madre. La solución era, entonces, no ver televisión. Algunos cafés, muchas calles, todavía algunos barrios parecían pertenecer a eso que es ordenado, limpio y saludable y que algunos han llamado civilización. Era otra manera de huir.


Pero la estupidez tomaba golpes vitamínicos, se hacía cada vez más robusta y tenía voz de trueno y espíritu de mando. No se necesitaba ser muy sagaz para prever que esa señora con tetas de Monique, sonrisa de Gise, cerebro de marabunta, armonías de Salserín, prosa de profesor de la de Lima, legañas de San Marcos, sintaxis de la Villarreal, almita de Du Bois, léxico del Bausate, gusto de pituco, vientre de A. González, chequera de aprista en el poder, odios de Agois, enaguas de la Mecánica del Folclore, audífonos amarillentos, carné fujimorista, cupones del Trome y colección de discos piratas, terminaría por imponerse.


Hoy el Perú es una no declarada no monarquía donde reina la estupidez y las cortesanas bailan los sábados en el 4.


Y si alguien duda de que la estupidez reina entre nosotros que mire lo que ha pasado con la señorita Larissa Riquelme, una potranca de cascos más ligeros que Pegaso, una ópera de dos centavos sin Brecht, una señorita que hace juegos con la lengua mientras que le explica a Bayly, esa otra celebridad, cómo es que los paraguayos son expertos en el cunnilingüis.


Y de esta despachadísima buscona, que lucía en el mundial de fútbol un teléfono celular atrincherado entre las mamas y por eso se hizo famosa, la prensa peruana hace primeras planas y la radio comentarios interminables y la televisión entrevista archipublicitadas.


Es la estupidez reinando. Y es el absolutismo monárquico de la estupidez cuando, al costado de la señorita Riquelme, empieza a ser la comidilla de los medios el asunto de unos fantasmas denunciados por la esquizofrenia y el erostratismo.


Y todos hablan de los presuntos fantasmas. Y salen expertos en egos sedientos a decir que son las almas de los que no han muerto en paz las que perturban esa casa y las que producen los terrales y hasta las traviesas llamitas que calientan el lugar.


Y los señores de RPP, que es la radio más importante, comentan el asunto como si alguna importancia tuviera. Y yo siento vergüenza. Vergüenza de que esa radio sea la más importante del país.


Comprenderán ustedes qué puede sentir ahora alguien que huyó de la intermitente estupidez de los 50-60 y se refugió en el santuario de los libros.


Qué puede sentir ahora alguien que quiso las palabras y que las quiere todavía. Qué puede sentir ante esta estupidez coral, estruendosa, epidérmica, este masivo susurro de monsergas. Qué puede sentir, en resumen, alguien que pensó que su país iba para más y que hoy ve, sin sorpresa alguna, apenas conmovido, esta Pompeya cultural cubierta de ceniza y estos seres cenicientos disputándose el botín.


El único consuelo de este exiliado interior es saber -triste consuelo- que lo que pasa en su país está pasando en todo el mundo. Una vasta conspiración de los medios está cumpliendo con éxito la meta de embrutecer a la gente, de extraerla de su humanidad, de eviscerarla, de convertirla en el viejo sueño de los amos: manada que obedece, rebaño presto, recua al servicio de su majestad. Para eso funcionan la televisión, las radios de los 40 principales, los diarios de mayor venta (y cada día más de los que suponíamos serios y con principios).


Gutemberg jamás se imaginó en qué acabaría su invento prodigioso. Jamás imaginó que los poderosos convertirían la lectura en algo indigno. Ni Marconi no Tesla pudieron pensar a qué infiernos descendería la radio. Ni John Logie Baird pudo suponer que la televisión iba a terminar en Fox News y sus hienas de la guerra.


Para liberarse de toda esta podre no necesitamos a Marx. Lo que necesitamos es, más sencillamente, otro Espartaco.

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