martes, 3 de mayo de 2011

César Hildebrandt: “Vieja indecencia”

César Hildebrandt: “Vieja indecencia”


Sema­na­rio “Hil­de­brandt en sus trece”, 29 de Abril de 2011

MATICES

Tomado de: Mirando punto de vista


El único mérito que puedo con­ce­derme en esta vida moteada de algu­nos éxitos y muchos fra­ca­sos, en esta carrera ingrata que me eli­gió, en este ofi­cio arte­sa­nal de tra­tar de encon­trar la ver­dad que a pocos importa y las men­ti­ras que ya no escan­da­li­zan, el único mérito que me con­cedo, digo, es no haber cedido a la ten­ta­ción del medio: resíg­nate, así es el Perú, tolera lo que todos, créele a los idio­tas de la dere­cha, a los que hacen nego­cios tur­bios y a la vez edi­to­ria­li­zan en rela­ción con “los valo­res de la demo­cra­cia” (cuando la ver­dad es que se zurran en ella y en lo que significa).

Naces en este país her­moso y com­pli­cado y la pri­mera suge­ren­cia que te asalta es la del estoi­cismo: qué­date quieto, tran­quilo her­mano, así es esta vaina, esto no lo arre­gla ni el sillau.

Y se te puede pasar la vida hacién­dote el de la vista gorda, hacién­dote el loco y asis­tiendo con cara de palo a las gran­des mecidas.

- Nada pue­des hacer, esas son las reglas –susu­rra el aire tóxico de Lima-.
- Esto no lo ha cam­biado nadie –rema­cha una som­bra, la som­bra de lo que pudiste ser-.

Me van a per­do­nar pero yo jamás creí en eso. Jamás hice el muer­tito en el mar de los sar­ga­zos de las volun­ta­des, que­bra­das o roí­das. ¿Por qué? Por­que siem­pre creí que en el país de las cabe­zas gachas había que mirar lo más lejos que se pudiera. Por­que viendo a las hor­mi­gas a uno le dan ganas de volar.
Por­que hay belleza en la rebel­día y una flá­cida feal­dad en el conformismo.

Por­que, en fin, siendo un viejo cre­yente del agnos­ti­cismo siem­pre he pen­sado que Jesu­cristo fue un hom­bre revol­toso ase­si­nado por el orden impe­rante. Y que sin la rebel­día de Cáce­res habría­mos dete­nido nues­tra his­to­ria en el mísero Igle­sias. Y que sin la rebel­día de De Gau­lle los fran­ce­ses habrían tenido que arras­trarse junto a Petain, ese gran dere­chista pro nazi.

Mi gene­ra­ción ha fra­ca­sado. Pudi­mos tener a un refun­da­dor del país y cons­trui­mos a Gar­cía. Pudi­mos tener a un incon­forme con­sa­grado por las mul­ti­tu­des, a alguien que estu­viese más impul­sado por el amor que por el odio, pero nos detu­vi­mos en Robes­pie­rre y en sus encar­na­cio­nes crio­llas.

Pudi­mos tener un país y lo que per­mi­ti­mos fue un mall. Ahora la pelota está en el tejado de los jóve­nes. De ellos depen­derá que este país cam­bie de verdad.

Hace como mil años que vivi­mos hablando en voz baja, con­sin­tiendo.

Habla­mos bajito cuando los incas podían desollarte. Y más bajito cuando los espa­ño­les te podían tro­cear. Y toda­vía con mur­mu­llos cuando fui­mos libres de boca para afuera pero súb­di­tos de los suce­si­vos cau­di­llos que creían que el Estado era un bien raíz y una cha­cra para los amigotes.
Así fui­mos haciendo esta gran Ara­ca­taca. Macon­dio hicimos.

Pen­sar era –y es– una ano­ma­lía. Disen­tir, una pro­vo­ca­ción. Rebe­larse, una exten­sión de la locura. En un país domi­nado por la injus­ti­cia hablar de la injus­ti­cia te podía cos­tar El Fron­tón. Y luchar con­tra ella la vida.

Frente a un Túpac Amaru hubo cien Pié­ro­las creando sus pro­pios cali­fa­tos. Por­que el miedo a la liber­tad no es sólo el título de un libro de Fromm. Es la con­signa que la dere­cha le ha impuesto al Perú. Está en su escudo des­ar­mado y en sus genes ven­de­do­res mayo­ris­tas de su pro­pio país.

- Todos roban –te dicen-. Y eso es casi una invi­ta­ción a robar. Por­que si todos roban, ya nadie roba.
- Aquí no hay cas­ti­gos ni recom­pen­sas, todo se olvida –te mue­len repitiéndolo-. Y eso es otra inci­ta­ción a la impunidad.

Lo crio­llo es tam­bién esta salsa espesa de quie­tud egoísta. Las ver­da­de­ras tra­di­cio­nes perua­nas no son las de Ricardo Palma: son decir sí y estar en la foto.

¿Exi­gir cam­bios? Eso es –dicen los que cor­tan el jamón y los idio­tas de sus ser­vi­ces– de cha­vis­tas, rojos, per­fec­cio­nis­tas, amar­ga­dos y rene­go­nes. En el Perú la ira de los pobres se com­bate con misas o bala­zos y hay un estoico aga­za­pado en cada futuro, detrás de la maleza de los días. Y cuando este­mos lo sufi­cien­te­mente ablan­da­dos, ven­drá el tiro de gra­cia. Y cuando venga el tiro de gra­cia, cuando ya no pien­ses sino en ti mismo y bai­les solo en la loseta ínfima que te asig­na­ron, ese será el día final de tu hechura: serás uno de ellos.

Habla­rás como ellos, mal­de­ci­rás como ellos, ven­de­rás como ellos. Y, sobre todo, harás lo que ellos: negar al otro y sólo reco­no­certe entre los tuyos.

Que los jóve­nes apren­dan la lec­ción. Nada cam­biará si no mata­mos la resignación.

Por­que la demo­cra­cia no con­siste en votar de vez en cuando. Con­siste en ejer­cer la liber­tad a cada rato.

Los escla­vos no aman la liber­tad –esa es una men­tira altruista-. Sólo los libres pue­den amar la liber­tad y defenderla.
La man­se­dum­bre no es madu­rez sino derrota. El aguante es la amnis­tía cró­nica. La doci­li­dad es lo que se le exi­gía a los negros cara­ba­líes embar­ca­dos a la fuerza en el puerto de Macao.

La liber­tad no mata. La pacien­cia es una men­tira teo­lo­gal que con­tra­dice a Cristo y que Cipriani aplica en cada hos­tia. Cristo fue impa­ciente. La vida es una ráfaga impaciente.

Los perua­nos no naci­mos un día en el que Dios estuvo enfermo, como decía Vallejo de sí mismo. Nace­re­mos el día en que sepa­mos apre­ciar el vér­tigo crea­dor de la pala­bra desacato. El desacato no es el caos. Caos es lo que ven­drá cuando las pre­sio­nes socia­les, con­te­ni­das por el plomo y la men­tira, revien­ten otra vez.

Y ahora sería un mag­ní­fico desacato, un des­co­mu­nal acto de rebe­lión demo­crá­tica o dejarse enga­tu­sar por quie­nes quie­ren, en el colmo de la indig­ni­dad, que pre­mie­mos a la hija de un ladrón y ase­sino –ladrona ella misma al gozar del dinero robado– con la pre­si­den­cia de la República.

Y todo por cerrarle el camino a un señor que quiere cam­biar algu­nas cosas. Sólo algu­nas cosas. Un señor al que la expe­rien­cia ha mode­rado y que se ha com­pro­me­tido a no hacer expe­ri­men­tos anacró­ni­cos. Pero que sí quiere que las mine­ras paguen lo que deben, que los impues­tos sean más direc­tos, que los vie­jos estén menos desam­pa­ra­dos, que haya menos ham­bre y que la pobreza rural se ate­núe todo lo que se pueda sin des­ba­ra­tar la eco­no­mía. Y que quiere tam­bién que el gas peruano abas­tezca pri­mero a los perua­nos y que los gran­des pro­yec­tos de explo­ra­ción y explo­ta­ción de la mine­ría y del petró­leo se con­ci­lien con los intere­ses nati­vos y las nor­mas ambien­ta­les que no se están cumpliendo.

La dere­cha quiere vol­ver a demos­trar­nos que siem­pre gana. Pre­sentó cua­tro can­di­da­tos –cua­tro varia­cio­nes de la misma melo­día: Cas­ta­ñeda, Toledo, PPK y K. Fuji­mori– y los cua­tro per­die­ron. Ganó un hom­bre gris que pro­puso algu­nos cam­bios. Y lo peor: sale la pri­mera encuesta pos pri­mera vuelta y el hom­bre sin dema­sia­dos atri­bu­tos ¡sigue ganando! Y sigue ganando por­que Lima, este espanto, no es el Perú. Por­que el gobierno de Las Casua­ri­nas está en cri­sis. Por­que el modelo Gar­cía, una com­bi­na­ción de Caco con Fried­man, drena sanguaza.

Enton­ces, la dere­cha pro­pone liqui­dar, de una vez y para siem­pre, esta pesa­di­lla que aturde al dólar, baja las accio­nes, hace cho­rrear el rímel. Para eso están su tele, su radio, sus perió­di­cos. Y se deci­den por lo pre­vi­si­ble: la cam­paña del terror.

Sólo el terror podrá sal­var­los. Por­que saben que su pron­tua­riada can­di­data es impre­sen­ta­ble aun para 75 por ciento de perua­nos. Lo único que cabe, enton­ces, es bom­bar­dear al incó­modo refor­mista con todos los B-52 de la calum­nia, el rumor, la mugre, la idio­tez que los cán­di­dos pue­den pro­pa­gar. El pro­pó­sito es el homi­ci­dio polí­tico del hom­bre que pro­pone algu­nos cam­bios. Y los muer­tos no pue­den ganar elecciones.

Hablan de intro­mi­sión extran­jera los que qui­sie­ran ane­xarse a los Esta­dos Uni­dos o al Chile potente que sus tata­ra­bue­los deja­ron entrar con su cobar­día y su desunión. Denun­cian que la liber­tad de prensa peli­gra quie­nes des­pi­den a perio­dis­tas que se nie­gan a sumarse al lodo de la cam­paña con­tra Humala. Y advier­ten que el empleo está ame­na­zado quie­nes han creado la mayor can­ti­dad ima­gi­na­ble de empleos-basura y ser­vi­ces explotadoras.

Y a todo esto le lla­man “elec­cio­nes demo­crá­ti­cas”. A ensu­ciar la inmun­di­cia le lla­man “debate”. Y no tie­nen pro­blema alguno ban­cado a una can­di­data inde­cente. Ellos repre­sen­tan la vieja inde­cen­cia de las enco­mien­das, las ladro­nas leyes de con­so­li­da­ción, el fes­tín del guano. La señora K. Fuji­mori les cae como ani­llo al dedo.

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