miércoles, 15 de diciembre de 2010

Entrevista con John Lennon y Yoko Ono I

Una de las últimas entrevistas que concedió a la Revista PLAYBOY

entrevista-yoko-lennon El absurdo asesinato de John Lennon cerró, el pasado diciembre, una de las páginas más significati­vas de la historia de nuestro tiem­po. Poco antes de su muerte, John Lennon, junto con su esposa Yoko Ono, había concedido a David Sheff una entrevista que PLAYBOY ha querido reproducir en su totali­dad a pesar de su desacostumbrada extensión porque su interés es in­dudable. Como dijo Yoko cuando todavía se discutía la posibilidad de realizarla, por muy importantes que sean otras personalidades en­trevistadas para esta revista, lo de ellos dos era diferente: -La gente como Jimmy Carter representa a su propio país únicamente, John y yo representamos el mundo entero-. Este es el informe del periodista que charló con ellos:


Hubo un momento en que parecía que esta entrevista no llegaría a ser realidad. Había establecido mis prime­ros contactos, y un día me llamó uno de los ayudantes de los Lennon para preguntarme cuál era mi signo astrológico. Al parecer, todo dependía de la interpretación que Yoko diera a mi horóscopo. Empecé a imaginar la cara que pondrían en PLAYBOY cuando les dijera: «Lo siento. No hay entrevista. “Mi luna está en Escorpio”. Pero tuve suerte y pocos días después atravesé los numerosos controles de seguridad que dan acceso a los apartamentos Dakota —el mismo lugar don­de Lennon sería acribillado a balazos—. Temía lo que pudiera pasar una vez con ellos, porque lo que se decía de la personalidad de Yoko, la mujer que nunca sonríe, era corno para andar con pies de plomo. De hecho, siguiendo las instrucciones que me habían dado, me quité los zapatos antes de pisar la moqueta del apartamento. Lennon salió a re­cibirme y preparó un par de capuccinos para los dos. El músico tenía los ojos enrojecidos de sueño e iba sin afeitar. Sin embargo, por cansado que estuviese, no necesitó más que la primera hora de conversación para aniquilar todos los prejuicios que yo pudiera haber acumulado sobre su persona. Se mostraba mucho más abierto, franco e ingenioso de lo que podía esperar. Estaba dispuesto —con la aprobación de Yoko— a hablar sinceramente, y de todo.

A medida que avanzaba la entrevista, resultó evidente que las complicadas y gene­ralmente mal entendidas relaciones entre John y Yoko eran el factor clave de la vida de cada uno de ellos. “Me gustaría saber por qué no nos cree la gente cuando decimos que la único que pasa es que nos querernos”, dijo un día John. La coraza protectora con que suele rodearse Yoko también acabó por caer. Llegó un ‘momento, cuando estaba pronunciándose en contra del capitalismo, que empezó a darle hipo, y se sonrió. Después de esta sonrisa se convirtió en un ser vulnerable y hasta tímido, con lo cual se borraba por completo el mito del dragón que vino de Oriente a lavarle el cerebro a John Lennon.

-¿Qué has estado haciendo?

-Amasando pan y cuidando a nuestro hijito.

-¿Con qué clase de proyectos escondidos?

-Eso es igual a lo que me ha preguntado todo el mundo en los últi­mos años: “Pero, ¿qué más has estado haciendo?”. A lo cual respon­do: “¿Hablas en serio?”. Porque hacer pan y cuidar bebés, como toda mujer sabe, es un trabajo full-time. Después de haber hecho panes me sentí como si hubiese conquistado algo. Pero cuando vi cómo comían el pan, pensé: “¡Vaya! ¿No van a darme un disco de oro, o un título, o algo?”.

-¿Qué te hizo volverte un marido casero?

-Muchos motivos. Siempre viví bajo la obligación del contrato, des­de los veintidós años hasta bien cumplidos los treinta. Después de tan­tos años, no conocía otra cosa. No era libre. Estaba enjaulado. Mi contrato era la manifestación física de estar prisionero. Era más importante encararme a mí mismo y enfrentar esa realidad que continuar con mi vida de rock’n'roll y subir y bajar con la corriente caprichosa de la propia actuación o de la opinión que tiene de uno el público. El roc­k’n'roll dejó de ser divertido. Decidí no aceptar las opciones habituales en mi profesión: ir a Las Vegas a cantar los grandes éxitos, si uno tiene suerte, o bien irse al diablo, como se fue Elvis (…) sacar discos, uno tras otro porque es lo que esperan de uno, como tanta gente que saca un álbum cada seis meses porque se supone que tiene que sacarlo.

-¿Te refieres a Paul McCartney?

-No solamente a Paul.

-La mayoría habría continuado sacando el producto. ¿Cómo pudiste hallar la alternativa?

-La mayoría no vive junto a Yoko Ono.

-¿Lo cual quiere decir…?

-Que la mayoría de la gente no tiene una compañera que le diga la verdad y se niegue a vivir junto a un artista de pacotilla, creador de ba­sura, que lo sé hacer muy bien. Soy capaz de crearla y de hacer que la creen todos a mi alrededor. Yoko: esa es mi respuesta.

-¿Qué hizo por ti?

-Ella me mostró la posibilidad de la alternativa. “No tienes que ha­cer esto.” “¿No? Realmente… pero… pero…” Claro, las cosas no eran tan sencillas y no capté el mensaje de la noche a la mañana. Fue nece­sario repetirlo mucho. Alejarse es mucho más difícil que seguir. Yo hi­ce las dos cosas. Obedecer la demanda y obedecer el horario. Había sacado discos desde 1962 hasta 1975. Alejarse era como lo que hacen los viejos a los sesenta y cinco años, cuando de pronto se supone que no existen ya y se los echa del trabajo (golpea tres veces el escritorio i “Terminó tu vida. Llegó la hora de jugar al golf”. (…) Lo hice, y cuan­do me dedicaba a limpiar la suciedad del gato y a alimentar a Sean, ella se sentaba en cuartos llenos de humo con hombres vestidos con trajes cuyas chaquetas no conseguían abotonar.

Ono: -Yo me ocupaba de los negocios, de Apple, Maclen (la com­pañía grabadora de discos de los Beatles y la compañía de publicacio­nes musicales, respectivamente), y de las nuevas inversiones.

-El único de nosotros dos que tiene el talento y la capacidad para manejar las cosas en ese nivel es Yoko.

-¿Tenias experiencia en el manejo de una empresa de ese nivel?

Ono: -Aprendí. La ley ha dejado de ser un misterio para mí. Los po­líticos tampoco son un misterio. No me asusta ya lo que llaman establishment. Al principio, mi propio abogado y mi propio contador no podían aceptar el hecho de que yo les indicase qué tenían que hacer. Hablaban siempre de “pero usted no entiende nada de cuestiones le­gales. No puedo hablar con usted”. Yo les decía: “Muy bien, hable de manera que yo pueda comprender. Yo también soy miembro del di­rectorio”.

-No lo soportan. Pero tienen que soportarlo, porque es ella quien nos representa (ríe). Son típicos machistas, grandes y gordos, llenos de cocteles de vodka para el almuerzo, machistas que hablan a gritos, como perros amaestrados, adiestrados para atacar todo el tiempo. (…)

-¿Qué hay de esa afirmación de que John Lennon está bajo el he­chizo y el control de Yoko?

-Es un disparate. Soy incontrolable (…).

-Comencemos por el principio. Cuéntanos la historia de cómo se conocieron el maravilloso príncipe místico y la exótica dama del dra­gón.

-Fue en 1966, en Inglaterra. Me habían hablado de ese “gran éxito”, de esa artista japonesa de avanzada que llegaba de los Estados Uni­dos. Estaba paseando por la galería cuando vi una escalera, subí por ella y miré por un catalejo que había arriba de la escalera… uno se sien­te un tonto, pero el caso es que miré y decía solamente “Si”‘. Ahora bien, en esa época todo lo de avanzada consistía en romper el piano con un martillo y la escultura a golpes, y todo era anti, anti, anti, anti, anti. Todo era un montón de basura negativa. Y sólo ese “Sí” me llevó a quedarme en esa muestra llena de manzanas y clavos. Había un cartel que decía: “Clava este clavo”. Entonces pregunté: “¿En serio puedo clavarlo?”. Pero Yoko me dijo que no, porque la muestra no co­menzaba hasta el día siguiente. Entonces se acercó el patrón y le susu­rró: “Déjalo clavarlo. No sé si sabes que es millonario. Quizá lo com­pre”. Y entonces hubo una breve conversación entre ellos y por fin Yo­ko me dijo: “Bien, puedes clavar un clavo por cinco chelines”. Y enton­ces el patrón, muy listo, dice: “Bien, yo te daré cinco chelines imagina­rios para que claves un clavo imaginario”. Y fue así como nos conoci­mos, cuando nuestras miradas se cruzaron y a ella le pasó y a mí me pasó.

-¿Tuvo algo que ver tu encuentro con Yoko con tu abandono de los Beatles?

-Hacía tiempo ya que tenía ganas de alejarme, pero cuando conocí a Yoko fue como cuando conoces a tu primera mujer. Dejas a los ami­gos en el bar. Dejas de jugar al fútbol. Dejas de jugar al billar y hacer carambolas. Puede ser que algunos sigan haciéndolo los viernes por la noche, por ejemplo, pero una vez que encontré a la mujer, los mucha­chos perdieron todo interés para mí, salvo el de ser viejos compañeros de escuela. “Las campanas de boda separan a esa vieja pandilla mía.” Nos casamos tres años más tarde, en 1969. Fue el fin de los mucha­chos. Y dio la casualidad de que los muchachos fuesen gente famosa y no simplemente los chicos junto al bar. Todos se afligieron tanto… Y nos arrojaron bastantes porquerías. Bastantes cosas odiosas.

Ono: -Aún ahora acabo de leer que Paul dijo: “Comprendo que quiera estar con ella, pero ¿por qué tiene que estar con ella todo el tiempo?”.

-Yoko, ¿sigues empeñada en arrastrar esa cruz? Eso sucedió hace años.

Ono: -No, no, no. Lo dijo hace poco tiempo. Lo que quiero decir es que decidí, más o menos, acostarme con ese tipo que me gustaba y de pronto, al día siguiente, me encontré con esos tres suegros parados allí.

-Siempre pensé que había ese sentimiento subyacente en el tema de Paul, “Get back”, Vuelve. Cuándo estábamos grabándolo en el estudio, cada vez que cantaba el verso “Vuelve a donde perteneciste una vez”, miraba a Yoko.

-¿En serio?

-En serio. Pero tal vez él diga que tengo delirio de persecución.

-Quizá sea el momento de hablar de esos “suegros”, como los lla­mó Yoko. John, te lo han preguntado mil veces, pero ¿por qué es tan inconcebible que los Beatles puedan volver a integrarse para hacer música?

-¿A ti te gustaría volver a la escuela secundada? ¿Por qué habría yo de retroceder diez años para crear una ilusión para ti que yo sé que no existe? No puede existir. (…) ¿No deberían haber seguido juntos Dean Martin y Jerry Lewis, sólo porque a mí me gustaba verlos juntos? ¿Qué es ese juego de hacer cosas porque otros lo desean? La idea de­trás de los Beatles era hacer lo que ustedes querían, ¿no? Cargar con las responsabilidades de ustedes.

-Bien, pero volvamos a la música misma. ¿No estas de acuerdo en que los Beatles crearon la mejor música rock’n'roll que se haya cono­cido?

-No, no estoy de acuerdo. Te diré… los Beatles… estoy demasiado mezclado con ellos en el sentido artístico. No puedo verlos en forma objetiva. Estoy insatisfecho con todos nuestros discos, todos los que hicimos como Beatles. No hay ni uno solo que no querría grabar otra vez, de todos los discos de los Beatles, y todos los míos individuales, también. No puedo entonces hacer un juicio de lo que son los Beatles. Pero cuando era uno de ellos, los consideraba el mejor grupo de todo el mundo. Y haber creído tal cosa es lo que nos hizo lo que fuimos, lo llamemos el me­jor grupo de rock’n'roll o el mejor de pop, o lo que sea. Pero vuelvo a tu pregunta sobre los Beatles y su música: la respuesta es que creamos algunas cosas buenas y otras ma­las.

-Aparte de los millones que les han ofre­cido por un concierto del grupo, ¿qué pen­saste de la generosa oferta de Lome Michaels de tres mil doscientos dólares por aparecer juntos en Saturday Night Live hace pocos años?

-Ah, sí. Paul y yo estábamos juntos mi­rando ese programa. El había venido a vi­sitarnos a nuestra casa en el Dakota. Está­bamos mirándolo y en un momento estuvi­mos tentados de ir al estudio, para divertir­nos, íbamos a tomar un taxi, pero la ver­dad es que estábamos demasiado cansa­dos.

-¿Cómo ocurrió que tú y Paul estuvie­sen mirando televisión juntos?

-Era la época en que Paul aparecía muy seguido en la puerta de casa con su guitarra. Yo lo recibía, pero por fin debí decirle: “Por favor, llama antes de venir. No estamos en 1956 y aparecer en la puerta sin avisar no es ya lo mismo. Llámame por telé­fono, ¿quieres?”. A Paul le dolió esto, pero no se lo dije con mala in­tención. Lo único que quise significar fue que yo tenía que cuidar a mi hijo todo el día y que cuando un tipo aparece en la puerta sin avisar…

-¿Fue la última vez que viste a Paul? Siempre hay muchas conjetu­ras en cuanto a si los “Cuatro Famosos” eran enemigos acérrimos o bien íntimos amigos.

-No somos ni una cosa ni la otra. No sé cuánto tiempo hace que no veo a ninguno de los Beatles. Ya no sigo el trabajo de ellos. Me impor­ta un rábano lo que hacen en el último álbum de Paul, de George, ni lo que hace Ringo. No me interesa, como no me interesa lo que hacen Elton John o Bob Dylan. No es crueldad, sino sólo que estoy demasiado ocupado viviendo mi propia vida para seguir lo que hacen los demás, sean los Beatles o bien gente con quien fui a la escuela o gente con quien tuve relaciones estrechas antes de conocer a los Beatles.

-Entonces hablemos del trabajo que hicieron juntos. ¿Dijiste alguna vez que escribían la mayoría de los temas separado de Paul, a pesar de firmarlas ambos?

-La verdad es que era mentira (ríe). Dije eso cuando estaba resenti­do, cuando consideraba que todo lo hacíamos por separado. Pero en realidad muchas de las canciones fueron escritas por los dos, trabajan­do codo a codo. Nos comunicábamos lo suficiente, y más tarde fue por ese motivo que sentí rencor por todo ese material. Ahora me doy cuenta de que se trataba del mismo juego competitivo de siempre.

-Pero el juego competitivo te hacía mucho bien, ¿no?

-Al principio sí. Hacíamos un disco en doce horas, o algo por el es­tilo. Pedían un simple cada tres meses y teníamos que crearlo en un cuarto de hotel o en un ómnibus. Así el trabajo en colaboración era funcional, además de musical.

-Una pequeña digresión, pero mientras estamos en este tema de las letras y tu resentimiento con PauL ¿qué te hizo escribir “How do you sleep”? Son palabras tales como “Los maricas tenían razón cuando decían que estabas muerto” y “Lo único que hicis­te fue ayer / y desde que te fuiste, no eres mas que un día cualquiera”.

-(Sonríe) En realidad no me sentía tan lleno de rabia en ese momento. Pero utilicé mi resentimien­to con Paul para crear un tema, por así decir. El vio que se refería concretamente a él y el público lo persiguió a causa de esa canción. Aunque debo de­cirte que en su propio álbum, publicado antes que mi canción, hay unas cuantas patadas para mí. Las da con tanto disimulo que la gente no reparó en ellas, pero yo sí. Y entonces pensé: “La verdad es que yo no disimulo nunca, sino que digo ni más ni menos lo que quiero decir”. El hizo cosas a su manera y yo a la mía. Pero en cuanto a las palabras que citaste, creo que como creador Paul murió, es cierto sentido.

-Pasemos a Ringo. ¿Qué opinas de él desde el punto de vista musical?

-Ringo era una estrella por derecho propio en Liverpool aun antes de que nos conociéramos. El talento de Ringo se habría expresado de una manera u otra y en cualquier situación, con los Beatles o sin ellos. Ringo es un baterista extraordinario. Técnicamente, no es bueno, pero creo que se subestima la ejecución de Ringo, como se subestima la ejecución de Paul en el bajo. Paul fue unos de los bajistas más originales de todos los tiempos. Y la mitad de lo que se oye hoy proviene directamente de su período con los Beatles. En todos los demás aspectos de su vida es un ególatra, pero en cuanto a su ejecución en el bajo, Paul siempre se mostró bastante modesto. Creo que Paul y Ringo pueden ocupar su lugar entre los mejores artistas de rock. No son grandes técnicos… ninguno de nosotros tiene mucha técnica musical. Ninguno de nosotros sabía leer música. Ninguno de nosotros sabía escribirla. Pero como músicos puros, como seres humanos con inspiración para hacer el ruido necesario, somos tan buenos como el mejor.

-No hablaste mucho de George hasta ahora.

-Sinceramente me dolió mucho su libro I, Me, Mine. Mediante la omisión más flagrante implica que mi influencia en su vida es absolutamente cero, nada. En ese libro, que según se supone trata de la claridad de su visión que influenciaba cada tema que escribía, recuerda a cada uno de los saxofonistas o guitarristas insignificantes que conoció en los años subsiguientes, pero yo no aparezco para nada. Es una relación de odio y de amor y creo que George sigue sintiendo rencor hacia mí por haber sido yo el papá que dejó el hogar. El no lo admitiría, pero es lo que yo siento. Yo me sentí dolido. Me borró, sencillamente, como si no existiera. No quiero ser egocéntrico pero él fue una especie de discípulo mío cuando comenzamos. Pero no me interpreten mal. Sigo queriendo a esos muchachos. Los Beatles terminaron, pero John, Paul, George y Ringo todavía viven.

-Para terminar con tu “tema predilecto”, ¿qué opinas de la sugeren­cia de que los cuatro deberían dejar a un lado sus sentimientos perso­nales y reagruparse para ofrecer un concierto gigantesco con fines de caridad, una especie de beneficio gigante?

-No quiero saber nada con beneficios. Siempre son una estafa. No actúo por lucro personal desde 1966, cuando se presentaron los Bea­tles por última vez. Cada concierto desde entonces fue ofrecido por Yoko y por mí para distintas obras de caridad, con la excepción de una función en Toronto que fue un reencuentro de rock’n'roll. Todas esas funciones fueron un desastre o bien una estafa. Por eso ahora damos dinero a quienes queremos. ¿Sabes lo que es el diezmo?

-Sí, dar un porcentaje fijo de tus ingresos.

-Exactamente. Es lo que pienso hacer, pero en forma privada. No pienso caer en el negocio de salvar al mundo en público. La función es siempre un desastre y el artista siempre queda mal. (…) A todos los que lean esto, que no me hagan llegar esas tonte­rías de “venga a salvar a los indios y a salvar a los negros y a salvar a los veteranos de guerra”. Cuando yo quiera salvar a cualquiera lo ayudaré.

-Hablando del tema de tu riqueza personal, el New York Post dijo hace poco que admitías tener unos ciento cincuenta millones de dóla­res y que…

-… Muy bien, somos ricos. ¿Y qué?

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