miércoles, 15 de diciembre de 2010

Entrevista con John Lennon y Yoko Ono II

En una conversación profunda y relajada, el que fue cerebro de los Beatles habla de música y músicos, de dinero y política, de amor y guerra, de la lucha contra su machismo…

2006_us_vs_john_lennon_001-2 -La pregunta es la siguiente. ¿Cómo se concilia esto con tu filosofía política? Se supone que eres socialista, ¿no?


-En Inglaterra es posible ser sólo dos cosas, fundamentalmente. O estamos con el movimiento laborista o estamos con el capitalista. Yo era un socialista instintivo. Eso quería decir que yo creía que a la gen­te hay que pagarle la dentadura postiza y la salud y demás. Pero apar­te de eso, yo trabajé por dinero y quería ser rico. Entonces, qué dia­blos… si es una paradoja, diré que soy un socialista. Pero la verdad es que no soy nada. Lo que sentía antes era culpabilidad por tener dine­ro. Es por eso que lo perdía, regalándolo o permitiendo que me estafa­sen mis llamados agentes.

-Sea cual fuere tu posición política, has jugado muy bien tu papel de capitalista, convirtiendo tus ganancias de los Beatles en bienes inmue­bles, ganado… ¿Para qué puede necesitar alguien ciento cincuenta mi­llones de dólares? ¿No estarías perfectamente conforme con cien millones? ¿O con un millón?

-¿Qué propones que hagamos? ¿Regalar todo y pedir limosna en la calle? El budismo dice: “Deshazte de todas las posesiones de la men­te”. Alejarse de todo ese dinero no tendría tal resultado. Es como los Beatles. No podría alejarme de los Beatles. Es algo que sigue pisándome los talones, ¿no? Si me alejo de una casa, o bien de cuatrocientas casas, no voy a escapar.

-¿Cómo vas a escapar?

-Lleva tiempo desprenderse de toda esa basura que llevo conmigo y que ha influenciado mi manera de vivir. Tuvo mucho que ver con Yoko, pero mentalmente me llevó estos últimos años de lucha. Aprendí todo de ella.

-Lo que dices suena como una relación de maestra y alumno.

-Es una relación de maestra y alumno.

-Yoko, ¿cómo te sientes por ser la maestra de John?

Ono: -John había tenido una extensa experiencia antes de que nos conociéramos, el tipo de experiencia desconocido para mí, de modo que yo también aprendí mucho de él. La influencia es mutua. Es posi­ble que yo tenga fuerza, una fuerza femenina. Las mujeres la desarro­llan… en una relación, creo que ¡as mujeres tienen en realidad la sabi­duría interior y que encierran esto mientras que los hombres tienen una especie de sabiduría para encarar a la sociedad, ya que ellos la crearon. Los hombres nunca desarrollaron esta sabiduría interior. Nunca tuvie­ron tiempo para desarrollarla. Así la mayoría de los hombres se apoyan realmente en la sabiduría interior de las mujeres, lo expresen o no.

-¿En qué sentido te ha enseñado Yoko?

-Cuando dijo: “¡Vete! Porque no logras entenderlo”… diría que fue como si me mandasen al desierto. Y la razón por la que no me dejaba volver era que yo no estaba listo to­davía para hacerlo. Tenía que arreglar cosas en mi interior. Cuado estuve listo para volver, ella me aceptó. Y es con eso que estoy viviendo ahora.

-Te refieres a la separación entre ustedes.

-Sí. Nos separamos en los primeros años del ’70. Yoko me expulsó. De repente me encontré a la deriva, solo en una balsa en el universo. Al principio pensé: “¡Hurra! ¡Hurra! ¡Vuelta a la vida de soltero!”. Pero un día me desperté y pensé: “¿Qué es esto? Quiero volver a casa!”. Pero ella no me dejaba volver. Todo el tiempo hablábamos por teléfono y yo le decía: “No me gusta nada esto. Estoy lleno de dificultades. Por favor, déjame volver a casa”. Y ella decía: “‘No estás listo para volver”. Y entonces, ¿qué hacía yo? Vuelta a empinar el codo. Sólo quería aho­gar en alcohol lo que sentía. Estaba enloquecido. Fue el famoso fin de semana perdido, pero duró dieciocho meses. Nunca bebí tanto en mi vida. Traté de ahogarme en alcohol y llegué a estar entre los más gran­des bebedores de mi profesión. Me avergüenza pensar en esa época, porque actué como un gran tonto… pero probablemente haya sido una buena lección para mí.

-¿Por qué lo expulsaste a John, Yoko?

Ono: -Hubo muchas cosas. Soy el tipo de mujer al que le gusta “avanzar”. Es por ese motivo que soy una de ¡as pocas que sobreviven como mujer, ¿sabes? Las mujeres tienden a meterse más en los hom­bres, en general, pero yo no era…

-Yoko ve a los hombres como asistentes… Con diversos grados de intimidad, pero fundamentalmente, asistentes. Y este asistente se va a hacer pis (sale).

Ono: -No hay comentario. Pero cuando yo conocí a John, las mu­jeres eran para él básicamente gente que lo rodeaba para servirlo. Tu­vo que abrirse y encararse conmigo… Y yo tuve que ver lo que estaba viviendo. Pero… pensé entonces que yo tenía que seguir mi camino, porque estar junto a John me hacía sufrir.

-¿Por qué?

Ono: -La presión del público, ser la culpable de la separación de los Beatles, la que hacía imposible que ellos volviesen a formar el grupo. Mi actividad en arte también se perjudicó. Pensé que me gustaría libe­rarme de ser la señora de Lennon y pensé luego que sería una buena idea que John se fuese a Los Ángeles y me dejase tranquila un tiempo. Hacía años que soportaba la situación. Desde el principio, cuando John pertenecía aún a los Beatles, nos alojábamos en un cuarto de ho­tel y teníamos la puerta cerrada y demás, pero nos olvidábamos de ce­rrarla con llave y solían entrar algunos de los colaboradores de los Beatles y se ponían a conversar con él como si yo no estuviese allí. Me volvía loca. Era invisible. La gente que rodeaba a John me veía como una gran amenaza. Quiero decir que hasta oí algo sobre planes de ma­tarme. Los Beatles, no, pero la gente que los rodeaba.

-¿Cómo te afectaron esos rumores?

Ono: -La sociedad no comprende que también es posible para una mujer sentirse castrada. Yo me sentía castrada. Antes me iba a las mil maravillas. Mis obras no se vendían mucho, quizá; quizás era más po­bre pero tenía mi orgullo. Y lo más humillante fue que me viesen como un parásito. (…) Yo siempre había sido más macho que muchos de los hombres con quienes estaba, en cierto sentido. Siempre había sido quien ganaba el pan, porque siempre quise tener la libertad y el domi­nio. Inesperadamente me encuentro junto a alguien con cuyas ganan­cias no puedo competir en absoluto. Por fin no pude soportarlo… o bien decidí no soportarlo más tiempo. Habría tenido la misma dificultad aun si no me hubiese visto enredada con… con…

-John… me llamo John.

Ono: -Con John. Pero John no era simplemente John. Era además su grupo y todos los que lo rodea­ban…

-¿Cómo volvieron a juntarse por fin?

Ono: -Poco a poco llegué a descubrir que la dificultad no estaba en John, ni mucho menos. John es un hombre extraordinario. Era la so­ciedad lo que se había vuelto demasiado para él. Hoy nos reímos al re­cordarlo, pero comenzamos a salir juntos otra vez. Yo quería estar segura. Debo dar gracias por la inteligencia de John…Me hizo bien me­terme en el negocio y recuperar mi amor propio y el orgullo de mi pro­pia capacidad. Y me hizo bien que necesitara él esta reversión de pa­peles que le hizo tanto bien.

-Y aprendimos que es mucho mejor para la familia que los dos es­temos trabajando para ella. Yoko ocupándose de las finanzas y yo siendo madre mujer. Hicimos un reordenamiento de prioridades. La número uno es Yoko y la familia. Todo el resto gira alrededor de esta prioridad.

-¿Cómo marcharon las cosas desde que tomaron esa decisión?

-Volvimos a unirnos, decidimos que esta era nuestra vida, que tener un hijo era importante para nosotros y que todo lo demás era secun­dario. Trabajamos mucho para tener ese hijo. Pasamos por experien­cias infernales para tener ese hijo, abortos espontáneos y otros proble­mas, es realmente lo que llaman “el hijo del amor”. Los médicos nos dijeron que nunca podríamos tener un hijo… Nos dijeron que mi esperma no era normal, que había hecho tanto abuso de mi cuerpo en mi juventud que no había ninguna probabilidad. Yoko tenía 43 años, ha­bía tenido demasiados abortos y cuando era joven, como no había píldoras, muchos abortos y pérdidas. Debe tener la barriga como los Kew Gardens en Londres. No había caso. Pero un chino de San Francisco, especialista en acupuntura, nos dijo: “Pórtense bien. Nada de droga: coman bien, nada de bebida. Tendrán un hijo en dieciocho meses”. Y nosotros le dijimos: “Pero los médicos ingleses dijeron que…”. Y él re­plicó: “Olviden lo que dijeron. Ustedes tendrán chico”. Y tuvimos a Se­an y le mandamos una fotografía de él poco antes de que muriera el médico chino, que en paz descanse.

-Ahora que Sean tiene cerca de cinco años, ¿tiene conciencia del he­cho de que su padre fue un beatle?

-No le había dicho nada. Sean vio A Yelow Submaríne, de modo que tuve que explicarle qué hacía esa caricatura mía en una película. Diré aquí que Sean no va a la escuela. Consideramos que puede apren­der a leer y a escribir y sumar cuando quiera… o cuando la ley diga que tiene que aprenderlo. No pienso oponerme. Pero de otro modo, no hay razón para que deba aprender a sentarse inmóvil, no veo ninguna ra­zón para ello. Sean tiene ahora bastante compañía de otros chicos, que según todo el mundo tiene importancia, pero también está junto a adultos. Está adaptado a las dos cosas. La razón por la cual los chicos se enloquecen es que nadie es capaz de afrontar la respon­sabilidad de criarlos. Todo el mundo tiene demasiado mie­do para estar con los chicos todo el tiempo, y por eso los rechazamos y los alejamos de nosotros y los torturamos. Los que sobreviven son los conformistas -les achican el cuerpo para que quepa den­tro del molde-, los chicos que llamamos “buenos”. Los que no caen dentro del rótulo van a parar a los manicomios o se vuelven artistas.

-Tu hijo Julián: el de tu primer matrimonio, debe ser un adolescente. ¿Lo has visto a través de los años?

-A Cyn le dieron la custo­dia. Yo tengo derecho a verlo durante las vacaciones y de­más, y por lo menos la línea de comunicación está abierta. No es la mejor de las relacio­nes entre padre e hijo, pero hay una relación. Tiene dieci­siete años. Julián y yo tendre­mos una relación mejor en el futuro. Con el correr de los años ha llegado a compren­der la imagen de los Beatles y también la que puede haberle dado su madre, consciente o inconscientemente. En este momento le interesan las chi­cas y las motocicletas. Yo soy una especie de figura en el cie­lo, pero no tiene otra alternati­va que comunicarse conmigo, aun cuando no tenga ganas.

-Muestras gran franqueza en cuanto a tus sentimientos hacia él, al punto de referirte a Sean como tu primer hijo. ¿Te preocupa la posibilidad de herirlo?

-No voy a mentirle a Julián. El noventa por ciento de la gente en es­te planeta, en especial en Occidente, es hijo de una botella de whisky y de un sábado por la noche y nunca hubo una intención de tener ese hi­jo. Julián está dentro de esa mayoría, como yo y todos. Sean fue un hi­jo deseado y allí está la dife­rencia. No quiero menos a Julián por eso. Sigue siendo mi hijo, aunque haya partido de una botella de whisky. O bien porque entonces no existía la píldora. Está aquí, es mi hijo y siempre lo será.

-Yoko, tu relación con tu hija ha sido mucho más turbulenta.

Ono: -Perdí a Kyoko cuando ella tenía cinco años. Yo era una madre bastante original, pero nos comunicá­bamos muy bien. No la cui­daba mucho, pero estaba siempre a mi lado: en la esce­na o en las exposiciones de arte, o lo que fuese. No había cumplido un año cuando la llevé a la escuela como ins­trumento… un instrumento incontrolable, te diré. Mi co­municación con ella era en el nivel de conversar y hacer cosas. Por eso estaba más cerca de mi ex marido.

-¿Qué pasó cuando ella cumplió cinco años?

Ono: -John y yo nos uni­mos y me separé de mi ex marido (Tony Cox). Y me quitó a Kyoko. Fue un caso de secuestro por uno de los padres y nosotros tratamos de recuperarla.

-Es el caso clásico del hombre machista. Se volvió una situación en la que Allen Klein y yo teníamos que dominar a Tony Cox. La actitud de Tony era: “Me quitaste a mi mujer, pero no me quitarás a mi hija”. En esta batalla se olvidó del todo a Yoko y a la chica. Siempre me he sentido mal al respecto. Era como esos tiroteos de película del Far West. Cox huyó a las montañas y se escondió y yo, el “sheriff”, salí a buscarlo. Al principio obtuvimos la custodia legal. Yoko no quería recurrir a la justicia, pero los hom­bres, Klein y yo, recurrimos a ella, de todos modos.

Ono: -Sabía que llevarlos a la justicia los asustaría y desde luego los asustó. Entonces Tony desapareció. Era muy testarudo y estaba con­vencido de que los capitalistas, con su dinero y sus abogados y sus detectives, lo estaban persiguiendo. Eso le dio mayores fuerzas.

-Lo perseguimos por todo el mundo. Dios sabe adónde fue. De mo­do que si es esto, Tony, actúa como un adulto. Ya pasó. No queremos ya perseguirte, porque hicimos ya bastante mal.

Ono: -También mandamos detectives detrás de Kyoko y esto fue también bastante feo. Hubo un momento en España en que un aboga­do y John llegaron a pensar que tendríamos que secuestrarla. Y la se­cuestramos y volvimos a entablar juicio de tenencia. La justicia hizo algo muy sensato. La llevaron a solas a un cuarto y le preguntaron con quién de nosotros debía quedarse. Claro que ella dijo que con Tony. Había llegado a tenernos muchísimo miedo. Y ahora debe temer que, si viene a verme, nunca volverá a ver a su padre.

-Cuando tenga más de veinte años, comprenderá que actuamos co­mo idiotas y que sabemos que fuimos idiotas. Tal vez nos dé una nue­va oportunidad.

Ono: (A John) –Parte de la razón por la que las cosas se pusieron mal fue que en el caso de Kyoko eran tú y Tony quienes negociaban. Hombres. En el caso de tu hijo Julián, el trato fue entre mujeres… hubo más comprensión entre Cyn y yo.

-¿Cómo lo explicas?

Ono: -Por ejemplo, hubo una fiesta de cumpleaños para Kyoko y nos invitaron a los dos, pero John se puso muy tenso y no fue. No que­ría tratar nada con Tony. Pero nos invitaron a los dos al cumpleaños de Julián y fuimos ¡os dos.

-¡Dios, ahora sale todo a relucir!

Ono: -O como cuando me invitaron a ir sola a casa de Tony. Yo no pude ir, pero cuando invitaron a John a casa de Cyn, él fue.

-Una regla para los hombres, otra para las mujeres.

Ono: -Y así las cosas fueron más fáciles para Julián, porque yo lo permití.

-Pero yo he rezado un millón de avemarías. ¿Qué diablos más pue­do hacer?

-Yoko, después de esta experiencia, ¿qué sientes en cuanto a haber dejado a John la crianza de Sean?

Ono: -En ese aspecto mis sentimientos son muy claros. No me siento culpable. Hago las cosas a mi manera. Puede ser que no sea lo mismo para otras madres, pero yo hago las cosas como puedo. En general, las madres tienen un gran resentimiento contra sus hijos, a pesar de toda esta gran adulación alrededor de la maternidad y de lo que piensan en realidad las madres de sus hijos y sobre cuánto los quieren. Quiero decir que sí, los quieren, pero no es humanamente posible conservar las emociones que se supone que deben tener las madres en una sociedad como esta. Las mujeres viven demasiado en diversas direcciones para poder conservar sus emociones. Se les exige demasiado. Y por eso le dije a John que yo llevo al bebé adentro durante nueve meses y es suficiente. Tú pue­des cuidarlo después. Suena como una declaración brusca, pero re­almente creo que los niños pertenecen a la sociedad. Si una madre lleva al niño en el vientre y luego el padre lo cría, la responsabilidad se ve compartida.

-¿Te molestó tener que asumir tanta responsabilidad, John?

-Te diré… a veces ella llegaba a casa y decía “estoy cansada”. Y yo le decía, un poco en broma: “¿Y cómo diablos crees que estoy yo? ¡Estoy veinticuatro horas con el chico! ¿Crees que es fácil?”. Y luego le decía: “Tendrás que interesarte un poco más por el chico”. No me importa que se trate del padre o de la madre. Cuando hablo de granitos o de huesos y de cuáles programas de televisión podemos de­jarle ver al chico, suelo decirle: “Oye, esto es importante. No quiero oír nada de tus negocios de veinte millones de dólares esta noche” (a Yoko). Yo querría que los dos padres cuidaran a los hijos, pero cómo hacerlo es un asunto diferente. El dicho “Has recorrido un largo ca­mino, muchacha”, se aplica más a mí que a ella. Como dice Harry Nilssori, “todo es lo opuesto de lo que es”, ¿no? Son los hombres que han recorrido un largo camino desde haber contemplado, si­quiera, la idea de la igualdad. Pero aunque existe este llamado movi­miento femenino, la sociedad no hizo más que tomar un laxante, hasta ahora, y dejar escapar sólo viento. Todavía le falta vaciar bien las tripas. Se plantó la semilla en algún momento hacia fines de la década del sesenta, ¿no? Pero los verdaderos cambios están por ve­nir aún. Soy yo quien he recorrido mucho camino. Yo era el cerdo. Y es un alivio haber dejado de ser un cerdo. La presión resultante de ser un cerdo es enorme (…) ¿sabes? Yo era cruel con mis mujeres, y físi­camente… con cualquier mujer. Golpeaba. No podía expresarme y entonces golpeaba. Peleaba con los hombres y golpeaba a las muje­res. Es por eso que siempre estoy hablando de paz, ¿sabes? Todo es lo contrario. Pero creo sinceramente en el amor y la paz. Soy un hombre violento que aprendió a no serlo y que se arrepiente de su violencia. Tendré que crecer mucho más todavía antes de poder ad­mitir en público cómo trataba a las mujeres cuando era jovencito. No tengo la menor ambición de que me vean como a un objeto sexual, un hombre, un cantante macho de rock’n'roll. Hace mucho que su­peré todo eso. Ni siquiera me interesa proyectar esa imagen. Por eso quiero que se sepa que sí, cuidé a mi hijo e hice pan y fui marido ca­sero y estoy orgulloso de haberlo sido. Es la onda del futuro y me ale­gro de estar a la cabeza de esa onda, además.

-¿En qué consistió ese famoso episodio de la cama?

-Nuestra vida es nuestro arte. Eso fueron los períodos en la cama. Cuando nos casamos, sabíamos que nuestra luna de miel sería públi­ca, de todos modos, y por eso decidimos utilizarla para hacer una de­claración. Sentados en la cama, conversamos con los periodistas du­rante siete días. Fue algo desopilante. En efecto, hicimos un aviso de publicidad en favor de la paz en la primera plana de todos los diarios, en lugar de hacer uno en favor de la guerra. Respondíamos a pregun­tas. Un tipo repetía todo el tiempo algo de Hitler: “¿Qué hacen contra los fascistas? ¿Cómo se puede tener paz cuando se tiene un Hitler?”. Yoko dijo: “Yo me habría acostado con Hitler”. Según dijo luego, le ha­brían bastado sólo diez días en cama con Hitler. A la gente le gustó ese comentario.

Ono: -Lo dije en broma, desde luego. Pero ¡o importante es que no vamos a cambiar el mundo peleando. Quizá fui un poco ingenua con esto sobre Hitler. Después de todo, para John Lennon necesité trece años (ríe).

-John, ¿qué opinas de las ondas musicales más nuevas?

-Me encanta algún material punk. Es puro. Pero no me enloquece, en cambio, la gente que se destruye a sí misma.

-No estás de acuerdo con las palabras de Neil Young en “Rust never sleeps”: “Es mejor quemarse que marchitarse”.

-Las detesto. Es mejor marchitarse poco a poco como un viejo sol­dado que quemarse. No aprecio esa veneración por el difunto Sid Vicious o el difunto James Dean o el difunto John Wayne. Es todo lo mismo. Hacer un héroe de Sid Vicious, o de Jim Morrison… para mí eso es una basura. Yo venero a la gente que sobrevive. Me quedo con los vivos y con los sanos.

-Ahora la pregunta inevitable, John. ¿Escuchas tus propias graba­ciones?

-Las mías menos que menos, ¿hablas en serio? Por placer, no las es­cucharía jamás. Cuando las oigo, pienso sólo en la sesión de grabado, como un actor que se contempla en una vieja película. Cuando oigo una canción, recuerdo al estudio de Abbey Road, la sesión, quién peleaba con quién, dónde estaba yo sentado, golpeando la pandereta en un rin­cón…

-Se hacen oír tus temas mucho más que los de otros autores. ¿Qué sensación te da?

-Siempre me siento contento y or­gulloso de que toquen mis canciones. Me da placer que lo intenten, siquie­ra, porque muchas no son fáciles de ejecutar. Cuando voy a restaurantes, los grupos siempre tocan “Yesterday”. Hasta firmé el violín con un ti­po en España cuando tocó “Yesterday”. ¡No podía comprender que yo no la había compuesto, que es de Paul!

-¿Qué sensación te da haber influenciado en tanta gente?

-En realidad no fui yo, ni ninguno de nosotros. Fue la época. Me su­cedió a mí con el rock and roll en la década del cincuenta. No tenía la menor idea de hacer música como medio de vida hasta que me golpeó el rock and roll.

-¿Recuerdas qué te golpeó específicamente?

-Creo que fue “Rock around the clock”. Me gustaba Bill Haley, pe­ro no me enloquecía. No fue hasta “Heartbreak Hotel” que realmente me hundí en esa música.

Ono: -Estoy segura de que hay mucha gente cuya vida fue afectada porque oyó música india, o Mozart, o Bach. Más que nada, fue el mo­mento y el lugar en que surgieron los Beatles.

-Como base de nuestro diálogo, aceptemos que ningún artista o grupo de artistas contemporáneos ha conmovido a la gente hasta el punto en el que lo hicieron los Beatles.

-Cualesquiera que fuesen los vientos que soplaban en esa época, so­plaban para los Beatles también. No digo que fuésemos las banderas desplegadas en los topes de mástil del barco, pero el barco entero se agitaba. Quizá los Beatles estaban en el puesto de vigía, gritando “¡Tierra!” o algo así, pero todos estábamos en el mismo barco… (en voz baja): esta charla sobre los Beatles me aburre hasta la muerte. Va­mos a la lámina desplegable de tu revista (se refiere a los celebres posters nudistas de Playboy)… Mira, sintonizábamos el mensaje. Eso es todo. No pretendo menoscabar a los Beatles cuando digo que no eran esto, o eran lo otro. Sólo trato de no exagerar su importancia como al­go separado de la sociedad. Y no creo que fuesen más importantes que Glenn Miller o Woody Herman o Bessie Smith. Fue nuestra genera­ción, nada más. Fue la música del sesenta.

-¿Qué tienes que decir a los que insisten en que todo el rock desde los Beatles no es más que nuevas versiones de los viejos Beatles?

-Toda la música es una nueva versión de lo viejo. Hay muy pocas notas nuevas. Son sólo variaciones sobre un mismo tema. Trata de de­cirles a los chicos del setenta que gritaban al oír a los Bee Gees que su música era un recocido de los Beatles. Los Bee Gees no tienen nada de malo. Son excelentes. No habrá otra cosa que ellos.

-Pero por lo menos, ¿no era buena parte de la música de los Beatles algo mucho más inteligente?

-Los Beatles eran un poco más intelectuales y por ello tenían eco tam­bién en ese nivel. Pero la atracción fundamental de los Beatles no era su inte­ligencia, sino su música. Fue sólo cuando alguien en el Times de Londres dijo que había cadencias griegas en “It won’t belong” que la clase media comenzó a escuchar­nos… porque alguien nos puso un rótulo.

-¿Incluyeron caden­cias griegas en “It won’t belong”?

-Hasta el día de hoy no tengo la menor idea de dónde queda Eolia. Suena como pájaros exóticos.

-¿Te molestó cuando las interpretaciones de tus canciones resultaron destructivas, como cuan­do Charles Manson sos­tuvo que tus letras eran mensajes para el?

-Eso no tiene nada que ver conmigo. Es co­mo ese individuo, “hijo de Sam”, que mantenía conversaciones con el perro. Manson fue una versión extrema de la gente que sacó a relucirr el asunto de “Paul ha muerto” o que decidió que las iniciales de “Lucy in the Sky with Diamonds” eran las LSD y llegó a la conclusión de que yo hablaba de ácido lisérgico.

-¿Qué origen tenía “Lucy in the Sky…”?

-Mi hijo Julián llegó un día con un dibujo que había pintado de una amiga de la escuela llamada Lucy. Había incluido unas estrellas en el cielo y llamaba a la imagen “Lucy in the Sky with Diamons”. Bien simple.

-¿Y las otras imágenes del tema no se inspiraban en la droga?

-Las imágenes provenían de Alicia en el País de las Maravillas. Era Alicia en el bote. Está comprando un huevo y resultó ser Humpty Dumpty. La mujer que atiende el comercio se transforma en una oveja y al minuto siguiente se encuentran remando en un bote en algún lugar y lo que yo visualicé fue eso. Hay también la imagen de la mujer que un día vendría a salvarme, “la mujer con ojos de caleidoscopio” que vendría del cielo. Resultó ser Yoko, a pesar de que yo no la cono­cía entonces. Tendría que llamarse el tema, entonces, “Yoko in the Sky with Diamonds”.

-Sobre tu niñez…

-Cuando era niño era miedoso, porque no tenía a nadie con quien establecer un lazo. Ni mi tía ni mis amigos ni nadie comprendían nun­ca lo que yo hacía. Me daba mucho, mucho miedo y el único contacto que tenía fuera de mí era a través de la lectura de Oscar Wilde, o Dylan Thomas, o Vincent Van Gogh… todos esos libros que tenía mi tía y que hablaban del sufrimiento de estos tipos por las visiones que tenían. A causa de lo que veían, los torturó la sociedad, por tratar de expresar lo que eran. Yo veía la soledad.

-¿Encontraste a otros con quien compartir tus visiones?

-Sólo gente muerta, en los libros. Lewis Carroll, ciertos cuadros. El surrealismo tuvo un fuerte efecto sobre mí, porque comprendí que mis imágenes y mis ideas no eran las de un loco, que si todo aquello era demencial, yo pertenecía a un club muy especial de gente que ve el mun­do en esos términos. Para mí el surrealismo es una realidad. Las visio­nes psíquicas son una realidad. Aun cuando era niño lo eran. Cuando me miraba en el espejo a los doce o trece años, literalmente caía en un trance alfa. No sabía entonces cómo se llamaba. Años más tarde descubrí que estos estados tienen un nombre. Pero yo me encontraba viendo imágenes alucinantes en que la cara me cambiaba y se volvía cósmica y total. Esto hacía que siempre fuese rebelde. Me provocaba un terror permanente, pero por otra parte deseaba que me quisieran y me aceptaran. Parte de mí quería que todos los sectores de la sociedad me aceptasen y no quería que fuese ese músico loco y gritón. Pero no puedo ser lo que no soy. Por esta actitud mía, los padres de todos los chicos, inclusive el padre de Paul, decían: “No sean amigos de él”. Los padres reconocían instintivamente lo que era yo, alguien que creaba di­ficultades, en el sentido de que no me conformaba y que influenciaba a los otros, lo cual era verdad. Hacía siempre todo lo posible para crear discordia en la casa de todos los amigos que tenía. En parte, tal vez, por envidia al no tener yo ese así llamado “hogar”. Pero en realidad lo tenía. Tenía a mi tía y a mi tío y una bonita casa en los suburbios, gra­cias. Oyes esto, tía. Hace poco la hirió un comentario de Paul, acerca de que la razón por la que me quedaba junto a Sean ahora es que nun­ca tuve una vida familiar. Esto es un disparate. Había cinco mujeres que eran mi familia. Cinco mujeres fuertes e inteligentes. Cinco her­manas. Una fue por casualidad mi madre. Mi madre era la menor. Le ocurría que no sabía encarar la vida. Tuvo un mando que la abandonó para embarcarse e ir a la guerra cuando yo tenía cuatro años y medio. Terminé viviendo con su hermana mayor. Te diré que esas mujeres eran fantásticas. Fue mi primera educación feminista. De todos modos, el hecho de saber que no viví con mis padres me llevó a aceptar que los padres no eran dioses. Pe­ro tampoco era huérfano. Mi madre vivía y vivió a quince minutos de marcha toda mi vida. La ve­ía de vez en cuando. Lo único que sucedía es que no vivía con ella.

-¿Vive?

-No, la mató un policía borracho después de haber ido a visitar ella a mi tía, en la casa donde yo vivía. Yo tenía dieciséis años. Ese fue otro he­cho traumático para mí. La perdí dos veces. Cuando a los cinco años fue a vivir con mi tía y luego cuando murió físicamente. Esto me dio más amargura aún. Ese rencor que siempre ha­bía llevado clavado en mí aumentó mucho en esa época. Empezaba a restablecer mi relación con ella cuando murió.

-¿Qué clase de relación tuviste con tu padre, que se fue al mar? ¿Volviste a verlo?

-Nunca volví a verlo hasta que gané mucho dinero y entonces vol­vió. Yo tenía 24 o 25 años. Un día abrí el Daily Express y allí estaba, la­vando platos en un hotelito o lugar así, muy cerca de donde vivía yo en el cinturón de los financistas de las afueras de Londres. Me había es­crito varias veces para comunicarse conmigo. Yo no quería verlo. Esta­ba demasiado herido por lo que nos había hecho a mí y a mi madre y porque reaparecía cuando yo era rico y famoso y no se había molesta­do en volver antes. No pensaba, pues, volver a verlo, pero se dedicó a hacerme un chantaje por la prensa hablando siempre de lo pobre que era y de tener que lavar platos mientras yo vivía en el lujo. Me enterne­cí y fui a verlo y tuvimos una especie de relación. Murió de cáncer unos años más tarde. Pero a los 65 años se casó con una secretaria que había estado trabajando para los Beatles, de 22 años, y tuvieron un hijo, hecho que me pareció auspicioso para un hombre que siempre vivió medio borracho y como vagabundo del Bowery.

-¿Qué recuerdos te trae “Help!”?

-Cuando hicimos “Help!” en 1965 yo estaba realmente pidiendo socorro. Ahora bien, pensarás que tengo una actitud positiva… es ver­dad, es verdad, pero… también sufro profundas depresiones, y tengo ganas de arrojarme por la ventana, ¿sabes? Resulta más fácil vivir conmigo mismo en la medida que envejezco. No sé si uno adquiere dominio de sí mismo o no cuando madura, si se calma un poco. Sea como fuere, yo estaba gordo y deprimido y pidiendo socorro a gritos.

-¿Qué te tenía deprimido en la época de “Help!”?

-El asunto de los Beatles se había vuelto algo que nadie podía ima­ginar. Nos desayunábamos fumando marihuana. Estábamos bien en­viciados y nadie podía comunicarse con nosotros, porque éramos pu­ro ojo vidrioso y risitas tontas todo el tiempo. Metidos dentro de nues­tro propio mundo. Esa era la canción “Help!”, donde creo que apare­cía todo… hasta las canciones de Paul de ahora, que no parecen tratar de nada… siempre tienen algo de uno mismo.

-¿Fue “I’m loser” una declaración igualmente personal?

-Parte de mí sospecha que soy un perdedor y la otra cree que soy Dios Todopoderoso.

-¿Haces uso de drogas ahora?

-En realidad, no. Si alguien me da un cigarrillo de marihuana, pue­de ser que lo fume, pero no lo busco.

-¿Cocaína?

-La probé, pero no me gusta. Los Beatles la usaban mucho en una época, pero es una droga tonta, porque hay que repetir la dosis veinte minutos más tarde. Se te va toda la concentración en obtener la próxi­ma dosis.

-¿Acido lisérgico?

-Hace años que no. Un poco de hongo o de peyote no deja de atraerme tal vez dos veces por año, o algo así.

-Y los dos fuman como locos.

-La gente macrobiótica no cree que fumar sea nocivo. Claro está que si morimos, nos habremos equivocado.

-¿Cuál es tu sueño para el ochenta?

-La verdad es que cada uno crea su propio sueño. Esa es la historia de los Beatles, ¿no? Es la historia de Yoko. Es lo que estoy diciendo ahora. Producir el sueño propio. No cuentes con que Jimmy Carter y Ronald Reagan o John Lennon o Yoko Ono o Bob Dylan o Jesucristo vengan a hacerte las cosas. Tienes que hacerlas tú mismo. Es lo que vie­nen diciendo los grandes maestros y maestras desde el comienzo de to­dos los tiempos. Pueden señalar el camino, dejar señales y breves ins­trucciones en diversos libros que ahora llamamos sagrados y que vene­ramos por sus tapas y no por lo que dicen, pero las instrucciones son bien visibles para todos, siempre estuvieron allí y siempre lo estarán. No hay nada nuevo bajo el sol. Todos los caminos conducen a Roma. Y la gente no puede proporcionártelos. Yo no puedo despertarte. Tú puedes despertarte. Yo no puedo curarte. Tú puedes curarte a ti mismo.

-¿Qué hace que la gente no acepte el mensaje?

-Es el temor a lo desconocido, que hace correr a todos huyendo, de­trás de los sueños, ilusiones, guerras, paz, amor, odio, todo eso… todo es una ilusión. Es desconocido. Aceptemos que es desconocido y las cosas serán más fáciles. Todo es desconocido… y entonces hemos avanzado. Así es. ¿Verdad?

No hay comentarios: