viernes, 12 de noviembre de 2010

El Corredor de la Muerte: La historia de Shujaa Graham I

Me habían torturado antes en la cárcel, pero nunca dos veces en la misma noche. Apenas llevaba dos horas en el corredor de la muerte cuando aquello empezó. Los guardias me dijeron que, si la cámara de gas no acababa conmigo, ellos se encargarían”. Shujaa Graham nació en Lake Providente, una pequeña ciudad del Estado norteamericano de Luisiana. Tiene 60 años. Probablemente no llegue al 1.75 m de estatura. O quizás sí, pero no lo aparenta. Porque cuando se incorpora, cuando se pone de pie, no lo hace completamente.


Los hombros parecen tirar de su tronco y su caben hacia abajo, como vencidos por el peso. no de los años, no son tantos, sino de los golpes, de las humillaciones. de las amenazas. de los insultos, de los años en prisión, de los compañeros muertos. El escaso pelo que mantiene, en torno a las sienes y en una barba poco poblada. es blanco, canoso. Nariz ancha, ojos grandes. Es negro. Lo cual, cuando hablamos del corredor de la muerte, no es un dato más. No puede tornarse como una simple característica física más en un país en el que el 41, de sus condenados a muerte son negros a pesar de representar sólo el 13% de la población.

Graham estuvo en el corredor de la muerte de la prisión de San Quintin (California) cinco años, desde 1976 a 1981. Fue condenado a la horca acusado de asesinar a un funcionario de prisiones. Era inocente. No lo dice sólo él. Lo dijeron, por fin los tribunales americanos tras cuatro juicios en los que -además de cambiar la horca por la cámara de gas- se cometieron irregularidades tan burdas como formar un jurado completamente de blancos. “Recuerdo las palabras del juez cuando me condenó a morir en la cárcel de San Quintin. Fue, probablemente, una de las peores sensaciones de mi vida. Me sentí totalmente vacio, sin saber realmente si iba a sobrevivir”. ¿Rabia, impotencia, tristeza? “Todas esas cosas”.

“Todo el mundo está hecho polvo mentalmente, intentamos apoyarnos los unos a los otros. Mientras los guardias intentan hundirte psíquica y físicamente. Tratas de dar apoyo a los demás, de mantenerte firme”. Graham había estado antes en prisión, había sido un asiduo de los reformatorios hasta que con 19 años, visitó su primera cárcel: “me decía a mí mismo que cambiaría, que sería mejor, pero volvía. Hasta que la última vez fui sentenciado a cadena perpetua por robar 35 dólares”. Era un delincuente, está claro. No es difícil imaginar la vida de un negro analfabeto, hijo de aparceros, criado en una plantación, en el sur estadounidense de los años 30. Pero decidimos no ahondar en su pasado. Para evitar ese resorte de los ‘normales’ que componemos el grueso de la sociedad civil a quienes nos aterran los ataques a la seguridad, el bien sagrado que nos permite preocuparnos sólo de lo ‘importante’, del trabajo, de la familia, de prosperar, ese resorte que concluye, peligrosamente, en -bueno tampoco era un santo”, como insinuando que quizás se merecía lo que le pasó, que quien juega con fuego acaba quemándose. Por eso, mejor no preguntar. Porque nadie se merece eso. “¿Cual es la diferencia entre un asesino y un Estado que asesina? – reflexiona Graham-. El resultado premeditado, en ambos casos, es la muerte.

¿Acaso cuando alguien roba le robamos como castigo? ¿Por qué entoncesasesinamos a quien asesina? No tenemos que matar para proteger a nuestros ciudadanos”.

No es la primera vez que Shuiaa Graham habla de esto. Hace años que dedica su vida a luchar contra la represión en las cárceles. la brutalidad policial y la pena de muerte. Ahora, desde la asociación witness to Innocence – From Death Row to Freedom- (Testigos de la inocencia. Del corredor de la muerte a la libertad). Su director, Kurt Rosenberg, nos cuenta que el 65% de la población en EE.UU aún apoya la pena de muerte. Les queda un largo camino entonces. ¿no? “Es una lucha difícil, pero hemos avanzado mucho. y el apoyo está bajando. Hace unos años era del 80%”.

“Se equivocan -añade Graham-, Algunos creen que es eficaz como forma de castigo, pero lo único eficaz es educación, educación y educación. Otros saben que la pena de muerte no ayuda, pero quieren venganza. Lo entiendo, yo también la quise, pero a raíz de leer (aprendió durante sus años en la cárcel) y estudiar, ahora sólo deseo justicia, y asegurarme de que nadie más tenga que experimentar la tortura y la brutalidad que yo experimenté. Quiero ser capaz de hacer lo necesario para abolir la pena de muerte.

Quiero vivir el tiempo suficiente para ello. No tengo otras aspiraciones personales”.

No es la primera vez que Shuiaa Graham habla de esto. Pero gesticula, recuerda, mira al vacio, llora, como si lo fuera. Es difícil sustraerse a la profunda tristeza que transmite su voz grave, su relato pausado.

Cuando Graham llegó al corredor de la muerte ya llevaba algunos años alzando su voz contra la precaria situación de los presos. Los guardias sabían quién era y le estaban aguardando. “Me lo dijeron, que me habían estado esperando mucho tiempo-. Negro, asesino de funcionarios y rebelde. No tenía escapatoria. Por eso le pegaron nada más entrar. Por eso lo amenazaron de muerte. Por eso le hicieron la vida imposible. le colocaron -era el único en el corredor de la muerte en esta situación – un guardia frente a su celda, sentado, vigilándole constantemente, robándole cualquier momento de intimidad.

Continúa…

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