viernes, 12 de noviembre de 2010

El Corredor de la Muerte: La historia de Shujaa Graham II

Uniformados para Morir “Es muy duro vivir en el corredor de la muerte”.


Graham tarda en responder. La comparación con las películas parece una frivolidad. Sin duda lo es a oídos de Graham. Probablemente esté filtrado recuerdos mientras busca las palabras adecuadas para describirnos una situación a quienes ni tan siquiera somos capaces de vislumbrar de qué va la cosa. Hablamos del corredor de la muerte, de varios miles de hombres a los que el Estado les ha anunciado fríamente que matará un día de estos -lo ha cumplido 1.229 veces desde 1976. Según www.deathpenalty.info.org-. De miles de días, de decenas de miles de horas, de millones de minutos que un hombre encerrado, ritualmente uniformado de naranja para que no olvide su destino, trata de sobrevivir simplemente esperando a que lo ahorquen. lo asfixien, lo electrocuten… Muchos de ellos, además, desbordados por la impotencia que supone saberse inocentes -las estadísticas afirman que son 139 los inocentes que han sobrevivido al corredor: es imposible saber cuántos no lo han hecho-. Uno piensa que, en la situación de Graham, mandaría a la mierda a tanto morboso queriendo hurgar en sus heridas. Pero no. él ha hecho lo posible por comunicar su experiencia su razón de vivir.

Continúa. “Es difícil encontrar las palabras para describir la vida allí. Suelo decir a la gente que piense en un día largo y doloroso sabiendo que el siguiente va a ser peor. Algunos días no quise ni levantarme, pero lo hice todos, a las 5 de la mañana. Escuchaba música cristiana en una pequeña radio que tenía. Sobre las 6, cuando empezaban a servir el desayuno, yo había hecho mis ejercicios, mi meditación. Entonces leía. Aunque a veces mi mente volaba y me decía: Por qué estás leyendo si te van a matar?”. Cuando eso ocurría, cogía los libros y los tiraba. Pero luego recuperaba mis fuerzas. Estaba preparado para seguir con la lucha”.

“A veces, cuando tenía visitas, no quería siquiera verlas. Todas las rutinas que tenía que pasar para ir a la sala de visitas… Los guardias venían a buscarme, me encadenaban las manos y me ponían grilletes en los tobillos. Lo más difícil es cuando salir del corredor de la muerte para entrar en la otra parte de la cárcel. Tenía que pasar entre el resto de los presos. Y los guardias gritaban a mi paso: ”¡Dead man walking!. Los cientos de prisioneros contra la pared, y yo pasaba por el medio, con 12 guardias junto a mí… Y entonces sí, entonces me sentía realmente como un hombre muerto”.

Es curiosa la solidaridad que crea la certeza de la muerte. “Todo el mundo está hecho polvo mentalmente, intentamos apoyarnos los unos a los otros. Mientras los guardias intentan hundirte psíquica y físicamente. Tratas de dar apoyo a los demás, de mantenerte firme”. Seas o no culpable. –Sí, el sentimiento es el mismo. Recuerdo a un compañero que un día me dijo: “Shujaa, soy culpable. Cuando llegue mi día, y espero que sea pronto, voy a salir y aceptar mi castigo como un hombre”. Pero yo no entendía. Yo no sabía cómo un hombre puede enfrentarse a esa realidad-.

Él lo consiguió, fundamentalmente, a base de apoyo del exterior. Tras varios años de lucha desde dentro, se había convertido en un referente fuera. No sólo llegó a ser un líder para los presos – “eso me obligaba a mantener la cabeza alta” -, también una bandera del movimiento. Era todo lo que tenía, y no era poco, “otros no tienen a nadie”.

También a su madre, pero a 400 ó 500 millas de distancia. “No teníamos dinero, éramos muy pobres. La veía, quizás, una vez al año. A través de un cristal antibalas, sin ningún contacto personal. Con las manos y los pies encadenados, hablando a través de un teléfono. Una hora, siempre con los guardias presentes y en una sala especial para mí, separado de todos los demás porque decían que yo era muy peligroso. A mi padre biológico no lo conocí, pero sé que murió cuando yo estaba en la cárcel. Tenía un segundo padre que me trató como si fuera su hijo. Cuando salí de la cárcel, aunque divorciado de mi madre, seguía vivo y fui a visitarle varias veces para agradecérselo”.

Tras cinco años en el corredor y cuatro juicios, un jurado lo absolvió por fin. Le costó una hora dejar su cela A su mujer, la actual, la conoció en la cárcel, cuando su caso se reabrió de nuevo y le sacaron del corredor de la muerte para esperar el juicio en otra prisión. Ella era enfermera, también con un cierto grado de activismo. -Me traía vitaminas, hablábamos de política… Así empezó nuestra relación. Los guardias le decían que se alejara de mí, que era peligroso, pero ella creyó en mí. Y cuando nos habíamos acercado algo, decidieron cambiarla de destino. Ella se negó y tuvo que dejar el trabajo. Entonces, empezó a trabajar en mi defensa. Ella estaba ahí el día en el que el jurado, por fin, me absolvió”.

“Cuando el jurado dijo ‘no culpable’, bajé la cabeza, la cogí con las manos y pensé que después de 12 largos años en prisión la pesadilla había llegado a su fin. Pero estaba lejos de la verdad. Sigo teniendo pesadillas: no sueños, solamente pesadillas”.

Un hogar entre rejas

Paradójicamente, a Graham le costó abandonar la cárcel. De hecho, tenía la posibilidad de salir por su propio pie desde la sala del juicio hacia la calle. pero pidió a los guardias que le devolviesen a su celda. Lo único que tenía que hacer era coger la caja en la que guardaba sus pertenencias y largarse por fin de allí. “Pero tardé casi una hora en decirles a los guardias que ya estaba preparado. La cárcel había sido mi hogar durante 12 años. Hasta que encontré la fuerza para salir”. Fuera, su madre, su padrastro, su mujer… y muchos de los que lo habían apoyado durante todo ese tiempo lo esperaban

¿Alguien le ha pedido alguna vez perdón? “No. Normalmente te dan 200 dólares cuando sales de la cárcel. Pero a mí ni siquiera eso”.

Con su mujer vive ahora en un pequeño pueblo de Maryland llamado Takoma Park, en una casa con vistas sobre Washington. Graham trabaja en mantenimiento de jardines -”me gusta”, -dice- y tiene hijos y nietos. “Quiero ser mejor abuelo de lo que fui como padre”. Uno de sus nietos lo acompañó una vez a una manifestación contra la pena de muerte. “Cuando llegamos a casa, le contó a la abuela que había estado en una marcha conmigo, y que yo estaba muy, enfadado, y moviendo los brazos en alto gritaba las mismas consignas contra la pena de muerte que yo había gritado. Una experiencia maravillosa”. Es la primera vez que Graham sonríe en 45 minutos de entrevista, 34 años después de que un jurado ordenara su ahorcamiento. Graham, en un despacho luminoso de la Gran Vía madrileña, sonríe recordando a un nieto que nunca hubiera nacido si…

“Mientras estaba en el corredor de la muerte, siempre me preparé por si llegaba mi día. Imaginé muchas veces cómo sería mi última noche. Había decidido no participar en los rituales habituales, no pedir una última cena ni cosas así. Pero sí repasaba en mi cabeza lo que quería decir, lo que iba a declarar. Me alegro de no haber tenido que llegar a eso”.

¿Quiere decirlo ahora? “No. Trato de olvidar”.

FIN

Tres meses después, fue invitado a España por la firma Coca Cola para formar parte de un comercial de Aquarius llamado “Camino a Santiago”.

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